José Antonio Medina no es candasín de nacimiento, pero, asegura, que sí de adopción y de sentimiento. Y lo deja claro: «En Candás están mis raíces, mi familia y amigos; está mi mar, ese que nos regalaba aquellas imágenes saltando sobre el muelle. Candás es donde vuelvo a coger fuerzas en cuanto puedo, donde vuela mi mente cada día a buscar imágenes agradables. Candás es donde mi madre, mis hermanos y mis sobrinos me reciben siempre como si no me hubiera ido nunca. Candás es la tierra que acogió para siempre a mi padre. Candás es para mí una necesidad que me condiciona la vida para bien o para mal. Candás es, en definitiva, una de mis ilusiones en la vida». Con estas palabras, dice Medina, que no quería parecer poético ni pretencioso. Y no lo es, desde luego. Aunque un poco poético sí que pueda sonar. Pero es lógico en una persona que entrega su corazón en cada frase que produce, a pesar de que lo suyo sea el canto y no los discursos.

Con amor va reconstruyendo, poco a poco, los recuerdos que le unen, aún hoy, a esa villa marinera que le vio reír, llorar, saltar sobre las olas en días de galerna y jugar a la pelota en la calle. Y eso que, para ser honestos, esta conversación no transcurre en persona, sino a caballo entre emails y llamadas telefónicas, pero que logran conectar durante algún tiempo Candás y Barcelona a la perfección.

Porque sí, el protagonista de esta historia es un hombre que lleva ya muchos años fuera de Asturias. Y todo, por la música, su gran pasión. «Yo siempre digo que es una medicina para el cuerpo y para el alma. Es una válvula de escape de tensiones, emociones, sentimientos... y que está presente en la vida de todas las personas, aunque muchas no se den cuenta», explica. Porque «todo lo que nos rodea es música o se puede hacer música», precisa. Y eso sin olvidar que se trata de un «lenguaje universal, en el que se puede entender todo el mundo, aunque se hablen idiomas tan dispares como el español o el japonés», razona.

Todo este mágico mundo lo descubrió fruto de su relación con Candás, un pueblo que de aquella cantaba mucho más de lo que lo hace ahora. Entró en la Coral «Aires de Candás» y pronto el «veneno» de la música inundó todo su ser. Así, después de estudiar canto en Oviedo, vivió cuatro años en Madrid hasta que finalmente se asentó en Barcelona, donde ahora trabaja en el coro del Gran Teatro Liceo. Pero ni estas dos grandes ciudades españolas ni otras muchas internacionales, en las que también llegó a actuar, son comparables con su querido Candás. Por eso, cada día que pasa su sentimiento se aviva con más fuerza. Y es que «como dice la canción de Melendi: cuanto más lejos estoy, más asturiano me siento», apunta, seguramente con una sonrisa dibujada en sus labios.

Más aún, cuando por su cabeza vuelan tantos y tantos bellos recuerdos; sonidos, como los pitidos del Carreño (el tren), los gritos de las gaviotas clamando comida o el tañer de las campanas de la iglesia siempre «con su canción "qué lleves en esa saya, que tanto vuelo le das"». También olores, como el de las marañuelas, e incluso sabores... «Los helados Helio. Qué ricos estaban y a pesar de estar tanto tiempo fuera nunca encontré otros que se les pudiera comparar», apunta entre risas. Todo estos ritmos y olores vuelven a su vida cada vez que visita Candás. Pero, como bien dice Medina, sus escapadas a la villa marinera no son tan frecuentes como desearía. «Lo ideal sería venir en Navidad, Semana Santa y verano. Pero este por ejemplo, será el segundo verano consecutivo que no puedo estar en Candás», lamenta.

No obstante, este artista enseguida da un vuelco a la conversación. Y de la melancolía pasa al éxtasis. Porque ahí está su caja de recuerdos para abrirla en cualquier momento que la tristeza le inunde el cuerpo: «Cuando voy a Candás, me gusta recórrelo de punta a punta. Desde la Matiella hasta el muelle, desde el Monte Fuxa y el paseo marítimo, hasta el campo de fútbol y San Antonio», comenta con viveza. Y es que le gusta caminar sin prisa, empapándose de cada rincón, de cada paisaje... Y llegar al mar, ese que le encanta contemplar desde el faro o el paseo marítimo, al tiempo que siente el sonido de las olas y la brisa marinera recorrer su rostro de principio a fin. «Me relaja mucho. Estar en medio de ese olor a salitre que te impregna en cada paso que das es fantástico», dice.

Por todo este cóctel de sensaciones, a José Antonio Medina le gustaría poder volver algún día a Candás. «Sin duda alguna», apostilla para seguir diciendo: «Cuando me fui siempre pensé que aquello era un punto y seguido. Era irme a tentar suerte, pero mi meta final era volver. La vida, sin embargo, me llevó por distintos lugares y supongo que a no ser que las cosas cambien mucho, no podré regresar de manera definitiva hasta que me llegue el momento de cerrar mi vida laboral». Aun así, no pierde la esperanza, aunque, agrega, «sólo hay algo que podría impedirme ese regreso soñado, y es mi hija». Esa es precisamente la persona que ahora ocupa su corazón. Bueno su hija, y el teatro también, algo que le apasiona. «Siempre digo que soy un privilegiado que tiene la suerte de trabajar en lo que me gusta», señala.

José Antonio Medina se define como una persona «normal, amigo de sus amigos, luchador en determinados momentos y que valora la honestidad y el respeto» así como la tranquilidad, esa que siempre encuentra en Candás, su gran amor, el pueblo que ha configurado su forma de ser y que pese a estar lejos de él y de haber conocido otros lugares, cada vez ocupa un espacio mayor en su corazón. Y eso, concluye, será así «siempre». Medina le declara, de esta forma, su amor a Candás. Sin necesidad de música. Sólo con palabras.