El 21 de enero a las 12.00 horas fallecía mi madre. Al ser católica y de Villaviciosa la despedimos allí y por el rito católico. La primera sorpresa fue la escasa disponibilidad del cura, que desde el primer momento, y a través del empleado de la funeraria, puso de manifiesto su alto nivel de ocupación, notificándonos que el funeral sólo podía realizarse a las doce o la una, por la tarde imposible. A partir de ahí, una carrera para llegar a tiempo a despedirla. Un hijo en Tenerife, otro hijo en Málaga, un nieto en León, sobrinos en Madrid. Todos contrarreloj.

El temporal de nieve y el estado de las carreteras dificultaban aún más esta carrera. La última persona que se trasladaba de fuera de Asturias llegó al aeropuerto a las doce y con un amigo esperándola consiguió llegar a tiempo. Al ser un día laborable y en ese horario, muchos de nuestros amigos no podían acompañarnos, pero para reconfortarnos nos mandaron flores, muchas flores, que cumplían su objetivo acompañándonos a nosotros y a ella. Por eso nos volvió a sorprender que se nos notificase una hora antes del funeral que por orden del señor cura en la iglesia no podían entrar las flores acompañando al féretro, sólo un ramo y el resto de flores a la capilla de la Virgen del Portal. Norma de la casa. ¿Éste es el consuelo que se brinda a los familiares de los fallecidos? ¿Ésta es la doctrina de la Iglesia? Dejamos las flores a la Virgen del Portal por respeto a mi madre fallecida, y al salir de la iglesia me sacudí los pies.