Una oscuridad casi completa, apenas punteada por la tenue luz de esas modernas luminarias que han olvidado su función en favor del ahorro, envolvía las calles de la Pola en la medianoche del martes. Pero ni eso ni la leve cortinilla de agua con la que el cielo compensaba el excesivo calor del día anterior echaron para atrás a los numerosos polesos que, unidos por los meñiques, acudieron al parque de Alfonso X para despedir las fiestas del Carmen y el Carmín como manda la tradición: con la imprescindible danza prima.

Hasta ese céntrico enclave poleso se acercaron, al filo de la medianoche, numerosos vecinos de todas las edades, deseosos de participar en la danza. Instantes antes de dar las doce, los danzantes se colocaron en dos filas enfrentadas, cada una a un lado de la calzada de la calle Florencio Rodríguez. Aun así, era imposible calcular el número exacto de bailarines, ya que la oscuridad engullía las dos filas en ambas direcciones. Tampoco importaba demasiado fijar un número: eran multitud.

Por segundo año consecutivo, el párroco local, Sergio Martínez, se encargó de marcar el paso de la emblemática danza, auxiliado en esta ocasión por Manoli Sánchez. Aunque algunos problemas técnicos impidieron al sacerdote guiar la danza a pie de calle, bailando con sus vecinos como un poleso más, y tuvo que hacerlo desde el quiosco de la música, Martínez marcó cada verso de la canción con el paso correspondiente, adelante o atrás, que haría de estar en las filas.

Durante algo más de media hora, los bailarines atravesaron el parque, aproximándose y alejándose sucesivamente tras cada paso, tras cada verso. Alargando premeditadamente las estrofas, degustándolas una a una, a sabiendas de que, una vez que terminase esa liturgia, las fiestas del Carmín de este año serían también historia.