Se ha escrito mucho sobre la importancia de las humanidades, sobre el valor de historia, la lengua, la filosofía o el latín. Y aunque la mayoría estamos de acuerdo en que estas disciplinas son necesarias para conocer el pasado, expresarse correctamente o desarrollar mentes abiertas y con capacidad de análisis y espíritu crítico, no faltan quienes utilizan cualquier pretexto para menospreciarlas. Sobre todo a la historia. Cuando me preguntan para qué sirve la historia, no basta con que expliques que la historia permite comprender mejor las causas de los hechos, contextualizar, planear mejor las cosas y entender lo que somos y cómo hemos llegado a ser lo que somos. Muchos no se conforman y hay que demostrar su "utilidad". Entonces, reparo en cuántos disgustos hubiéramos ahorrado de haber sabido que las crisis son cíclicas y que algunas identidades nacionales se basan en mentiras históricas. Y pienso en Noreña, donde, según María Dolores Alonso Cabeza, la "historia se impuso a la geografía".