-¿En 51 años de funerario a cuántas personas enterró?

-Trece o catorce mil.

-¿Tiene miedo a la muerte?

-No, es una cosa natural. Nunca se me hizo gravoso convivir con el dolor ajeno porque ayudas a gente que está perdida y ser útil da satisfacción.

-¿Estamos preparados para morir?

-Nunca lo estuvimos. Antes tampoco, aunque había aquella mortalidad infantil. Da repelús meter un rapacín en una caja. Ahora vendes una caja de rapacín o de feto de Pascuas a Ramos.

-¿No había más aceptación?

-Antes la gente trabajaba tanto que no se daba cuenta ni de la vida ni de la muerte. Para ir al médico había que estar medio muerto. Ahora te duele un dedo y vas al Centro Médico.

Ángel Cuervo (Agones, Pravia, 1942) creció en la funeraria que fundó su tío abuelo en 1909.

-Era una carpintería que tenía siempre tres cajas por si moría alguien. Mi padre se crió con su tío y heredó el negocio. Yo estudié Comercio en Pravia e iba a examinarme a Oviedo. A los 18 años era perito mercantil y empecé a trabajar. Tenía claro que seguiría con el negocio y me gustaba. Era lo que había en casa.

-¿Cambió mucho el sector?

-Radicalmente. Ésta es una zona rural y antes dejabas el coche al lado de la carretera y tenías que ir con la caja al hombro hasta la casa. A los 20 años, en San Martín de Luiña, cargué la caja durante hora y cuarto hasta la casa y, al día siguiente, tres horas hasta la iglesia. Los entierros eran prácticamente todos al hombro, lloviendo, nevando, por caminos de desastre. En la villa el problema eran las casas de cinco pisos sin ascensor, con escalera estrecha y pasamanos alto.

-¿Podía usted solo con la caja?

-Sí, pero como se cargaba a la espalda, lo que más fastidiaba era subir una cuesta, porque tenía que hundir el cazu en el pecho.

-¿Afectó a su vida tener cada día noticias de la muerte?

-Es una profesión muy delicada. Los familiares del muerto siempre están nerviosos. Intenté solucionar todos los papeles, incluso las pensiones de viudedad. Una señora con 80 años, sola, sin hijos, recibe un tacu papel y ella qué sabe. Cubríamos los impresos y se los dábamos a las asistentes sociales de la Comunidad Cinco Villas, que los mandaban a Avilés. Ahora, por idea de un iluminado, la señora tiene que llamar a la oficina de la Seguridad Social de Avilés para que le den cita y coger un taxi hasta allí.

-Muerte y risa van unidas.

-Sí.

-¿Usa humor negro?

-No.

-Habrá visto cada cosa...

-A mediados de los sesenta, el hijo de un fallecido que llegó tarde me pidió: "Angelín, ábreme la caja que quiero ver a mi padre por última vez". Abrí y me dijo "hay que quitarle los zapatos, que lleva los nuevos".

A finales de los setenta se jubiló su padre y Ángel se hizo cargo del negocio y abrió el segundo tanatorio de Asturias.

-Se aprende observando. Me llamó sor Puy, la superiora de la residencia de ancianos El Valle, porque no tenían dónde dejar a los muertos y querían sacarlos de la habitación. Le sugerí que habilitara un cuarto que tenían abajo. Mucha gente de Pravia que perdía un familiar preguntaba si podía llevarlo a la capilla del asilo. En 1988 tenía una finca en Santa Catalina e hice allí el tanatorio.

-Sabiendo que funcionaría.

-Con gente de la villa. Mi sorpresa fue que me lo pedían de los pueblos sin que se lo ofreciese.

-¿Por qué?

-Antes, en los pueblos se rezaba el rosario en la casa y luego había juerga, café, coñac y la arrancada hasta las tres de la mañana. Con el tanatorio se les abrió el cielo porque cerraba a las diez de la noche.

-Se jubiló a los 69 años.

-Estuve aquí las 24 horas del día los 365 días al año. Nunca tuve vacaciones. No había móviles y debía estar siempre localizable. Hace dos años me cortaron las piernas. Después de estar dos meses en el hospital fue a verme un psicólogo para preguntar cómo estaba. Le dije que desde los 18 años era la primera vez que tenía dos meses y medio de vacaciones. No lo creía. Le añadí que gracias a eso nunca había tenido ese estrés que da a la vuelta de las vacaciones.

Ángel Cuervo no fumaba, no bebía y paseaba 8 kilómetros todos los días. Una diabetes controlada por pastillas desde 1991 se confabuló con una mala circulación y lo que empezó con un dedo negro causó que le cortaran la pierna izquierda. Aprendió a andar con una muleta y a los siete meses empezó la enfermedad en la pierna derecha. Tras la segunda amputación aprendió a andar con la dos prótesis. Una infección hizo que tuvieran que cortarle por encima de la rodilla derecha. Luego vino la silla de ruedas. Desde hace seis meses está encantado con la eléctrica.

-¿Cómo lo llevó?

-Después de tantos años trabajando te toca esto y si no sales adelante estás jodido. Si puedo disfrutar un par de años o lo que Dios me dé, tengo que llevarlo p'alante, no encerrarme en casa.

-Usted es creyente.

-Sí, y me viene bien para la cabeza. La Virgen del Valle ayuda mucho a los pravianos.

-La muerte y el cura van a la vez. ¿Qué tal se lleva con ellos?

-Bien. Como en cualquier profesión hay gente de todos los pelajes. Tuve bastante suerte.

Está casado con Elvira, de Los Cabos, a la que conoció a los 18.

-Trabajó más que yo porque estuvo aquí, en la zapatería de su padre y en casa, educando a los hijos. Tenemos tres, Ignacio lleva el negocio, que amplió con un horno crematorio; Daniel es un pintor hiperrealista radicado en Barcelona y Belén, protésica dental, en Oviedo, nos ha dado una nieta de 10 años, Marina, que nos tiene fuera de juego.

-Aunque haya crisis, la gente se muere. Negocio seguro.

-Pero baja el presupuesto.

-Una razón para vivir en Pravia.

-La tranquilidad. Tenemos la plaza al lado y estamos bien ubicados, a media hora de Oviedo por carretera, y, aunque Feve va como va, un tren cada hora.

-¿Y el ambiente?

-Bajó mucho. La música ya no es en Pravia.