La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

De Aquí A Lima

Barroco en ruinas

El penoso estado de los palacios de Celles y Aramil evidencia la incapacidad de las administraciones para imponer el interés patrimonial e histórico al desdén particular

Barroco en ruinas

El pasado enero el Gobierno italiano de Mateo Renzi cubrió con unas cajas de madera las estatuas desnudas que adornan los Museos Capitolinos para no incomodar a un invitado que se iba a dejar 17.000 millones de euros en contratos: el presidente de Irán, Hasan Rohani, de visita en Roma con un grupo de adinerados empresarios de su país.

La plaza del Campidoglio, una de las joyas arquitectónicas más imponentes de la capital italiana, remodelada según un diseño de Miguel Ángel, se convirtió en un marmóreo almacén en el que se sucedían grandes cajones de madera blanca que ocultaban a la vista varias Venus, un Hércules, un Discóbolo? cuyo incalculable valor histórico y artístico quedó velado a los ojos de los invitados persas por haber sido tallados en pelotas.

En una actitud muy asturiana, en el límite entre hospitalidad y servilismo, tratando al visitante como si fuese el amo, los romanos pusieron la comodidad del huésped por delante de su dignidad. Imaginando sus maltrechas arcas llenas ni siquiera se cuestionaron que a quien agasajaban de forma tan desmesurada era el mandatario de un país que, amparándose en su torticera interpretación de la sexualidad, ahorca a los homosexuales y lapida en público a mujeres supuestamente adúlteras. Así que para no ofender al mandatario iraní, los italianos tomaron la decisión de ofenderse a sí mismos.

Estos días una sexagenaria vecina de San Petesburgo ha conseguido un considerable revuelo -y apoyo- social tras exigir que se cubriesen los genitales de una réplica del David de Miguel Ángel que preside una innovadora muestra sobre el artista en el exterior de un centro de exposiciones de la ciudad rusa. "¿Cómo es posible poner a ese tipo sin pantalones cerca de una escuela y una iglesia? Paraliza las almas de los niños", predica.

Donde la mayoría aprecia valores patrimoniales, históricos, culturales o artísticos, la mojigata peterburguesa, el presidente de Irán e incluso el gobierno de Renzi solo ven ofensivos genitales al viento. Un árbol -con perdón- que les impide ver el bosque.

En Siero se desmoronan desde hace décadas dos de las muestras más singulares y valiosas de la arquitectura barroca asturiana: la Torre de Celles y el palacio de Aramil. Ambos han sido reconocidos como Bienes de Interés Cultural, el nivel de protección más alto que permite la legislación actual, y sin embargo -o tal vez por eso- no durarán en pie mucho tiempo.

Estos dos edificios son coetáneos de otros como el palacio de Camposagrado o el del Conde de Toreno, en Oviedo; el de Revillagigedo, en Gijón; el de Ferrera, en Avilés o el de Camposagrado, en Mieres, por citar solo un puñado de la veintena de muestras de la arquitectura palaciega barroca de Asturias. La diferencia es que estos últimos están perfectamente conservados y acogen hoy la sede del Tribunal Superior de Justicia de Asturias (TSJA), el Real Instituto de Estudios Asturianos (Ridea), el Centro Cultural de Cajastur, el hotel NH Palacio de Avilés y el Instituto de Enseñanza Secundaria Bernaldo de Quirós. Es decir, patrimonio público puesto al servicio del ciudadano, aunque en algunos casos sea necesaria la participación privada.

Tanto la Torre de Celles como el palacio de Aramil son de propiedad privada y sus dueños incumplen sistemática y descaradamente sus obligaciones de conservación. Mientras tanto, las administraciones local y autonómica, con ayuda de la Justicia, se enfangan en un marasmo de papeles, informes técnicos, declaraciones de ruina e interpretaciones de la ley tan estrictas como alejadas del sentido común. La parálisis por el análisis, que en este caso beneficia al infractor. Y cada día que pasa se cae una piedra más de los muros de los palacios, y su ruina se acrecienta y su valor se desvanece, para alivio de sus propietarios y desesperación de los sierenses.

Hace un par de meses un joven estudiante del concejo que participaba en un viaje de estudios en Italia cometió la cándida estupidez de garabatear un banco público en Florencia, y la adolescente chorrada le costó un disgusto serio: fue detenido por la policía y posteriormente expulsado del viaje y repatriado por el centro. Es evidente que se antoja más fácil actuar con contundencia desmedida contra la nimia agresión al patrimonio público de un estudiante de bachillerato que meter en vereda el sistemático destrozo por omisión que sufren Celles y Aramil.

En mayo un juzgado de Oviedo condenó a dos hermanos de Piloña a seis meses de cárcel por dejar caer una panera centenaria de su propiedad, que había sido reconocida por su importancia y antigüedad como bien etnográfico con protección integral. En la primavera de 2013, un temporal acabó por derribar la panera del conjunto palaciego de los Vigil de Quiñones de Aramil, catalogada y con casi tres siglos de antigüedad. No fue la crudeza del temporal lo que provocó el derrumbe, sino el deficiente -y sistemáticamente advertido a la propiedad- estado de conservación de la construcción. No se conoce sanción alguna.

Los vecinos de Celles y Aramil llevan décadas preconizando el advenimiento del apocalipsis arquitectónico de las dos joyas del patrimonio histórico, sin demasiado éxito. Relacionan la laxitud administrativa y jurídica con la nobleza de los apellidos de los propietarios de los palacios. Sea cual fuere el motivo, el caso es que nadie ha impedido hasta ahora el desmoronamiento, físico y cultural, del principal legado barroco del concejo (con permiso del palacio del Marqués de Canillejas en Valdesoto, mejor conservado).

Siempre nos quedará tapar los dos edificios con unas lonas que lleven sobreimpresas unas fotos de lo que fueron, para engañar al visitante (basta con reproducir las que luce la web municipal), o cubrirlos con blancas cajas de madera como las empleadas en los Museos Capitolinos y así, como el gobierno de Renzi, para no ofender al opulento, terminar por ofendernos a nosotros mismos.

Compartir el artículo

stats