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El baile que revolucionó El Berrón

"Si no es por el Samoa nadie sabría dónde estamos", dicen los extrabajadores del hotel, famoso por sus fiestas, en el 50.º aniversario del estreno de su pista

Una imagen del Hotel Samoa en su época de esplendor. REPRODUCCIÓN DE L. B.

"Casi nadie sabría dónde queda El Berrón si no fuera por el tren y por el baile del Samoa". Así de rotundos se muestran varios extrabajadores de lo que para muchos fue una referencia regional de la movida durante casi cuatro décadas, a escasos días de que se cumplan los cincuenta años de la inauguración de una pista en la que miles de personas gastaron zapato al ritmo de la música de innumerables grupos y artistas contrastados.

Fue el 25 de septiembre de 1966 cuando tuvo lugar el primer baile del Samoa. La iniciativa tuvo su origen en el éxito de una fiesta privada celebrada anteriormente en la que algunos vieron una oportunidad de negocio. Una sociedad de cuatro formada por José Ramón Sánchez Quince, Ignacio García, Joaquín García y los hermanos Mariano y Conchita Suárez fue la encargada de poner en marcha unas celebraciones que a partir de entonces animarían las tardes de los domingos y los festivos con una capacidad de convocatoria que en ocasiones desbordó todas las expectativas.

Tal acogida tuvo el baile, que éste serviría de germen para el desarrollo, ya en los años 70, de un hotel y establecimiento hostelero que fue también referencia en cuanto a la celebración de banquetes y eventos de todo tipo para gentes llegadas de dentro y fuera de la región. "En torno al Samoa surgieron gran parte de los negocios que hoy siguen", explica el hostelero Benido Presa.

El propio Presa trabajó como camarero del baile durante 21 años entre 1974 y 1995. Recuerda como gentes de toda Asturias llegaban tanto en tren como con sus coches en busca de una fiesta que solía ser de altura. "Casi todas las semanas había sobre 1.000 personas cuando por aquel entonces sólo había 1.500 vecinos", cuenta sobre unas celebraciones en las que en alguna ocasión se superaron incluso esas cifras, gracias en gran medida porque los bailes se iniciaban a las seis y media de la tarde finalizaban a las diez y media de la noche, horarios que tenían en cuenta la salida de los últimos trenes a los distintos destinos.

Antes, en 1971, ya se había incorporado a la plantilla un jovencísimo José Mario Iglesias, que a partir de entonces trabajó tanto en la cocina, como de camarero o lo que hiciera falta. "Lo pasábamos bien, pero también trabajamos como jabatos", señala sobre unos tiempos en los que muchos jóvenes locales de apenas 14 o 15 años ganaron sus primeros cuartos, atendiendo a las muchas parejas que se formaban sobre la pista. "De aquí salieron bastantes guajes", coinciden en señalar con humor varios extrabajadores que prefieren no dar detalles de algunas escenas de pasión.

"Eran otros tiempos", aseguran acerca de una época en la que la gente estaba dispuesta a pagar entrada y después las consumiciones aparte. "La mayoría era gente con trabajo y por tanto se movía mucho dinero", relata un Macrino Izquierdo que durante muchos años se encargó de los cobros y pagos de la sala de fiestas, que allá por inicios de los años 70 vendía copas por un precio de 45 pesetas.

Entre las claves del gran atractivo que suponía el baile de El Samoa se encontraba su programación. Grupos como "Gran Capital" o "Gran Canaria" eran una referencia por entonces y atraían a mucho público, si bien en ocasiones se recurría a otras figuras para dejar pequeña la sala. "Por aquí pasaron artistas como Karina o Luis Aguilé", rememoran exempleados como Pedro Luis González o el propio José Mario Iglesias, que también relatan como el escenario se quedó pequeño para una actuación estelar de "Los Stukas" en los tiempos en los que se encontraban en la cresta de la ola.

Todo ello repercutía obviamente de manera muy positiva en las ventas de los restaurantes y del propio hotel, que tras las últimas piezas se encontraba con una gran demanda. "Los días de baile se vendía muchísimo más", explica un Bernardo Izquierdo que de 1976 a 1990 se encargó de los fogones que dieron incontables banquetes en la época de máximo esplendor de unas instalaciones que llevan varios años en el abandono.

Es precisamente ese abandono lo que más duele tanto a los que trabajaron allí, como los que pusieron las primeras piedras de lo que después se convertiría en un símbolo para todo un pueblo. "Da pena verlo como está ahora y como El Berrón perdió vida desde el cierre", señala Joaquín García, uno de los socios fundadores, que no puede evitar emocionarse al recordar los primeros pasos de un negocio que antes de desaparecer cambió de manos.

"Recuerdo que el primer baile fue después del Ecce Homo de Noreña y sirvió para inaugurar una pista que ya habíamos terminado en abril", indica el coinventor del baile.

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