Asturias pierde a uno de sus artistas más señeros. Casimiro Baragaña, figura central del panorama pictórico asturiano en el último medio siglo, falleció esta mañana en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), donde permanecía ingresado desde el miércoles a consecuencia de una neumonía. Tenía 91 años.

Baragaña era hijo de un emigrante a Cuba, natural de Muros de Nalón, y de una vecina de la parroquia sierense de Celles. Desde muy joven ya manifestó su amor por la pintura, que le llevó a cursar estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, donde formó una piña con Antonio López y Félix Alonso. Sus obras han alcanzado reconocimiento nacional, con exposiciones en toda España.

La noticia de su fallecimiento ha causado un profundo impacto en los círculos artísticos de la región. Rubén Suárez, crítico de arte de LA NUEVA ESPAÑA y buen conocedor de la obra de Baragaña, a quien le ha dedicado dos libros, destaca especialmente la condición del artista sierense como nexo entre distintas generaciones y estilos: "Es un puente, un enlace entre el paisajismo naturalista asturiano, el figurativo realista, y el arte ya más moderno y más entre el impresionismo y la abstracción. Porque su pintura, al final de su vida era cada vez más escueta de forma, aunque era auténtica. Conservaba la autenticidad de lo percibido visualmente pero estaba integrada plenamente en la contemporaneidad, en la modernidad, porque traduce las formas de la naturaleza a un sistema lineal", explica Suárez.

Su capilla ardiente se instala esta tarde en el tanatorio de Meana, en Pola de Siero. Una localidad en la que las muestras de duelo se han sucedido toda la mañana. No en vano, el certamen de pintura local lleva el nombre de Casimiro Baragaña, y en este núcleo se localizan dos obras que, de algún modo, sintetizan toda su trayectoria: los frescos de la iglesia de San Pedro, obra magna de su juventud, y el mural del Ayuntamiento de Siero, pieza clave de su última etapa.