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Las samaritanas, un año en Valdediós

"¡Ufff! Me pareció gigantesco, y yo, una pulga", confiesa la madre Olga María del Redentor sobre su llegada al monasterio, y da gracias a Dios por traerlas

Las hermanas, junto al cartel del monasterio.

Ayer, 26 de enero, se cumplió un año justo de la primera vez que las Carmelitas Samaritanas visitaron el monasterio de Valdediós (Villaviciosa). No tenían claro que vinieran para quedarse, como así fue. Se instalaron finalmente en julio. El Arzobispado llevaba cuatro años buscando inquilinos sin éxito.

"Salimos de Valladolid muy temprano y había una niebla tremenda. Vinimos en nuestra "Jumpy" blanquita y viejita, que tantos buenos servicios nos ha prestado y sigue prestando". Así lo recuerda la priora, la madre Olga María del Redentor. Viajó acompañada de la madre Pilar y las hermanas Teresa, Ana e Inmaculada.

Después del encuentro en Oviedo con el arzobispo, Jesús Montes, pusieron rumbo a Valdediós. "¡Ufff! Me pareció gigantesco y yo, una pulga", confiesa la madre. "Vimos todo muy rápidamente porque nos teníamos que volver a Oviedo y después de comer en la casa sacerdotal regresamos a Valladolid", relata. "Sólo ha pasado un año, pero parece que ha sido un siglo. Hemos vivido tantas cosas... la verdad es que estamos muy, muy felices".

La madre Olga María del Redentor se ha animado a escribir sus reflexiones sobre Valdediós en su blog, donde admite que "no siempre ha sido fácil, pero soy inmensamente feliz y doy gracias a Dios". Para ella, la vida en este monasterio es un "cursillo intensivo de confianza y de abandono en la Providencia".

Fue duro porque les supuso la separación del resto de hermanas, que se quedaron en Valladolid al trasladar el noviciado a Viana de Cega. Siempre habían estado juntas. Además, la inmensidad del monasterio hace difícil su habitabilidad. De ahí que apunte que Valdediós ha significado el despojo y la pérdida de lo que tenía y amaba, y al quedarse sin nada ha empezado a experimentar una profunda y dichosa libertad, la bienaventuranza de la pobreza y también la de las lágrimas. La madre vivió momentos personales duros, como el fallecimiento de su hermano, cuya enfermedad le impidió visitar el cenobio, pero le reconforta tener con ella sus cenizas. Su madre buscó consuelo en Valdediós y, una vez más, dio una enseñanza de vida a su hija con su fortaleza.

Las samaritanas siguen poniendo su empeño en ser un revulsivo para el cenobio, y lo están consiguiendo a base de trabajo y esfuerzo. Pero la priora sólo tiene gracias para Dios por haberlas traído aquí.

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