Cruzó el charco por amor y abrazó la parroquia de Pruvia por devoción. El de Suen Báez (México DF, 1987) es un caso atípico. No sólo por ser una de las pocas jóvenes de la región que ha decidido encauzar su futuro laboral hacia el campo, sino que lo hizo sin tener ningún arraigo al sector. Tras dejar una vida acomodada en la capital del país azteca, la mexicana lleva un año trabajando codo con codo con Santiago Pérez, pionero en la producción ecológica del Principado, de quien aprende algo que, "más que un modo, es una filosofía de vida".

Licenciada en Biblioteconomía, Báez llevaba en México la vida perfecta: tenía un trabajo estable, con jornadas de ocho horas y una remuneración importante. Pero todo esto cambió cuando un asturiano apareció en su vida y decidieron casarse. Con él se trasladó al Principado, donde decidió dar un giro de 180 grados a su carrera y apostar por algo que siempre le había interesado: "la vida autosuficiente".

Asegura que "era consciente de que si quería llevar un modelo de vida autosuficiente, la alimentación era por donde debía empezar". Por ello, decidió inscribirse en un curso de agricultura ecológica del Servicio Público de Empleo del Principado de Asturias (SEPEPA).

Además de teoría, esta formación incluía un período de prácticas, que fue el que le llevó hasta Pruvia, a la explotación de Santiago Pérez y Longina García. "Desde el primer día me acogieron fenomenal y me dieron la posibilidad de adquirir experiencia. No me decían cómo tenía que hacer las cosas, sino que me dejaban que yo las hiciera. Y eso es muy importante", destaca la agricultora.

Pero, además de conocer a fondo los secretos de la tierra, las prácticas en Pruvia también permitieron a Báez descubrir la sostenibilidad económica de la producción. "Cuando realicé el curso, tanto a mí como a mis compañeros nos desconcertaba la viabilidad de una explotación económica. Vi que la comercialización es importante", resalta Báez, quien considera que el trabajo en el campo "da para vivir, pero no para llevar una vida de lujos".

Así, de la mano de los Pérez-García, conoció "el funcionamiento de los grupos de compra, las ferias y mercados, y la venta al detalle". Del mismo modo, también abrió una ventana a la organización de los productores, tanto de manera individualizada como colectiva. "Creo que la clave pasa por tratar de obtener cierta estabilidad con un punto de venta fijo, como pueda ser un establecimiento. Esto te permite una planificación económica y, luego, el resto de ventas, que puede variar, te otorgan un extra", argumenta.

Tras finalizar su etapa académica, Báez se inscribió en el "Proyecto Fresneda", un colectivo de la localidad sierense que promueve los hábitos de vida saludable, a través del cual consiguió un terreno, precisamente cedido por Pérez y García.

Desde entonces, Báez tiene una parcela y un invernadero junto a los productores llanerenses en los que planta de todo: remolacha, puerros, tomates, fresas... Todos libres de sustancias químicas. "Creo que es la forma más responsable de producir. Considero que estaría siendo negligente si utilizo pesticidas en mis productos y luego se los doy a la gente. Es como si un médico hace algo mal a sabiendas", explica.

Sobre la pujanza de los productos ecológicos y una burbuja que pueda estallar, Báez lo tiene claro: "No es una moda, sino algo necesario para la salud de la gente".