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El castellano que enraizó en la Pola

El hostelero vallisoletano José Cuévano llegó a Asturias atraído por el mar y por la gaita y se estableció en la villa seducido por su ambiente

José Cuévano, con la gaita, el queso y el vino de su tierra. M. NOVAL MORO

José Cuévano, natural de Valladolid, llevaba trabajando cinco años en la cocina del hotel Ritz de Madrid cuando él y su mujer, Marta Estévez, decidieron que no querían seguir viviendo allí. Después de barajar varias opciones, se decidieron por Asturias. La región tenía dos cosas que a él le gustaban especialmente: el mar y la gaita. Llegaron a Asturias hace ahora trece años. La pareja tenía en mente establecerse en un lugar céntrico, con la idea de trabajar en Oviedo o en Gijón, que es donde se supone que hay más oportunidades.

Pero los astros se alinearon para que, finalmente, su destino fuera la Pola. Un día se dirigían a otra villa en busca de un posible lugar en el que vivir y, de camino, hicieron una parada en la Pola. El destino quiso que ese día fuera un martes de mercado. "Nos sorprendió encontrar un pueblo con esta vida", asegura. El ambiente de la Pola los empezó a seducir, y encontraron otro atractivo para apuntalar su decisión. La ubicación. "Para elegir a dedo, por la distancia que hay a todos los sitios, la Pola es un sitio idílico", asegura.

Cuando se establecieron seguían con la idea de que la Pola fuese su ciudad dormitorio, pero pronto fue creciendo la idea de montar algo. "Yo tenía en mente desde hacía tiempo una taberna con música folk o algo así". Finalmente, es lo que hicieron.

Montaron la Taberna Cuévano en un pequeño local en la Plaza de Les Campes. Sin apenas conocer a nadie. Fue hace doce años.

Abrir un local así, partiendo casi de cero, no resultaba fácil. Pero eran tiempos diferentes. "Por entonces la plaza tenía mucha caída", explica. Y además, todavía tenían fuerza los domingo, la gente seguía viniendo a la Pola por riadas a pasar la tarde-noche. Bastantes gotas de aquél río pasaron por su local y les ayudaron a salir adelante. Los hábitos de consumo de entonces lo obligaron, incluso, a cambiar el concepto de establecimiento. "Al principio, yo quería vender solo buen vino, tostas y comida de calidad, pero los domingos llegaba gente preguntándome que si tenía calimocho; al principio les dije que no, pero tantas veces me lo preguntaron que terminé por improvisar y hacerme el calimocho", relata. Aquella gente joven que ocupaba, casi siempre, la parte de arriba de su primer local, lo ayudó mucho a pagar los gastos en la primera época.

Después los tiempos cambiaron y resultó que su idea inicial, la de la buena calidad y el buen trato, fue la que se impuso.

Para José Cuévano, la elección de la Pola fue cuestión de "estar en el lugar adecuado en el momento adecuado". Y lo mismo le pasó en Sariego. Un día, al poco de llegar a Asturias, fue a visitar el concejo vecino y escuchó una gaita a lo lejos. "Me dije: ¿Podrían enseñarme?, voy a preguntar". Lo hizo. Preguntó y así comenzó a recibir allí clases de gaita. En su Valladolid natal ya tocaba la dulzaina, y la gaita siempre le había gustado. Desde que está en Asturias no ha dejado nunca su afición por este instrumento.

Además de tocar, ha convertido esta afición -que es casi una pasión- en parte de su trabajo. Porque en su local hay, muy frecuentemente, actuaciones de música tradicional.

Ha conseguido aunar en su taberna sus raíces con las del pueblo que lo acoge. "Sigo siendo muy castellano", dice. Sus raíces de la ribera del Duero siguen vivas en su establecimiento, lo que no evita que haya hecho suyas las de la Pola, a veces con más entusiasmo que muchos polesos. Buena prueba de ello ha sido el concurso de tortilla de sardines salones, que ganó en varias ocasiones y en el que siempre está en los puestos de cabeza. Es un plato muy poleso y él fue a las fuentes directas, a las mujeres de la Pola que lo hacían como toda la vida.

Para José Cuévano, la Pola "tiene mucha personalidad, mucha tradición, y la tenemos un poco olvidada; hay otros lugares que montan cosas sin casi tener nada, y aquí, que hay tantas tradiciones, no las aprovechamos". Aboga por profundizar más en las tradiciones, en la autenticidad. Por ejemplo, en las plantaciones de los árboles de los solteros y los casados, por San Juan y por San Pedro, opina que en vez de poner un disc jockey "se debería buscar un enfoque más asturiano, algo que resultase más auténtico". Es difícil encontrar tanto interés por esta tierra. Incluso entre quienes nacieron en ella.

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