"La Antártida es un sitio estupendo para encontrar cosas que no se encuentran con facilidad". Javier Cacho, uno de los pioneros españoles de la investigación antártica, dio una charla ayer a los alumnos del Instituto Víctor García de la Concha de Villaviciosa, en la que les habló de su apasionante y duro trabajo en el continente más frío del planeta.

Entre los hallazgos que más información científica ofrecen en la Antártida se encuentran los meteoritos, que ayudan extraordinariamente a conocer el sistema solar y que, en determinados espacios, abundan, ya que atraviesan el hielo y posteriormente se acumulan movidos por las corrientes.

Otro de los grandes hallazgos ha sido la aparición de agua fósil, conservada intacta desde hace cientos de miles de años, atrapada bajo grandes capas de hielo. En este caso, la composición del agua y del aire que queda atrapado en el hielo sirven para conocer cómo era la atmósfera en cada época, y para determinar las estaciones climáticas y los cambios ambientales, datos muy importantes en la investigación tan en boga sobre el cambio climático. Estas fueron algunas de sus observaciones sobre los beneficios de la investigación antártica, pero buena parte de la charla se centró en la parte humana, en la vida de los investigadores y los encargados de la logística, y en las duras condiciones en las que pasan sus estancias.

Su experiencia le ha llevado a ver la extraordinaria evolución de las expediciones antárticas, sobre todo en el campo de las comunicaciones. En la primera expedición española, en 1986, en la que participó, Cacho contó que se comunicaba con su mujer "por telegrama", y más tarde por "onda pesquera", un sistema de comunicación a través de las radios de barcos pesqueros pionero en su tiempo e inventado por los españoles. "En España siempre nos zaherimos y decimos que somos un desastre, pero no es así, somos tan buenos y tan malos como el resto del mundo", sostuvo.

La Antártida tiene aproximadamente veinte veces la superficie de España, y en todo ese territorio, en invierno, viven cerca de 1.000 personas, distribuidas en treinta bases, que tienen muy difícil comunicarse físicamente entre sí. "El problema es el aislamiento", sostiene, porque, además de que su superficie es muy grande, en invierno los mares se hielan alrededor y los barcos no pueden entrar. Y los aviones, en invierno, no pueden volar porque con una temperatura tan baja se hielan los fluidos hidráulicos.

Y muchas veces aparecen vientos o condiciones climáticas inesperadas que ponen en peligro a los viajeros. Él mismo sufrió numerosos contratiempos.

Aun así, en estas condiciones de aislamiento que parecen conducir al desánimo, los científicos tienen siempre un comportamiento entusiasta. "Saben que cada rato que trabajen puede hacer que avancen mucho en su carrera, y se lo toman con muchas ganas. A veces, hasta hay que pararlos y obligarlos a salir".