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Así es mi oficio | Siero

Chigrera de raza y de sangre

Vanesa Díaz estuvo desde niña en la sidrería de su padre y a los 17 años decidió dar el salto y trabajar allí para sentirse "adulta y responsable"

Vanesa Díaz Fernández, en la Sidrería Paco, en la calle La Isla de la Pola. MANUEL NOVAL MORO

La polesa Vanesa Díaz Fernández tenía 7 años cuando su padre abrió la Sidrería Paco, en la calle de La Isla. La hostelería ha sido desde siempre su vida, pero fue a los 17 años cuando decidió dar el salto y empezar a trabajar. "Estudiar no me gustaba nada de nada, y lo dejé, pero en casa no me quería quedar, y quise empezar en la sidrería, me quería sentir adulta y responsable", explica.

Y así fue. Pero quería ser responsable hasta cierto punto. Por ejemplo, "no quería tocar el dinero", ni saber nada de la caja registradora. Ella quería servir. Y aunque estuvo durante un año trabajando en una mueblería cercana -si bien al mediodía volvía a la sidrería para dar comidas-, pronto supo que lo suyo era tirar por el chigre.

Dice que le dejaban libertad, pero también que trabajó mucho. Y aprendió a echar sidra lanzándose a la piscina un día de Les Comadres. "Falló un camarero, y yo nunca había echado sidra, no había practicado con agua ni nada, no tenía ni idea, pero me decidí, conocía a toda la gente, y les dije que lo iba a echar yo, que si me salía, bien, y, si no, los invitaba, de una botella sacaba cinco culinos y de otra, tres, pero aprendí", relata.

Después de aquel curso intensivo forzado, se lanzó y comenzó a escanciar, y pronto se le dio bien. "Me pareció muy fácil, y además muy guapo, la verdad es que me gusta trabajar la sidra, dar un culete bien, no tirarlo de cualquier manera", asegura. Tanto es así que mucha gente empezó a venir con una petición por delante: "A mí que me lo eche la fía de Paco".

Vanesa Díaz cree que "los asturianos estamos valorando muy poco la sidra" porque es "un producto demasiado barato para lo que se exige". Un refresco o una botella grande de agua cuestan poco menos que una botella de sidra, que además del valor del propio caldo tiene el trabajo que requiere para tenerla en su punto y, después, escanciarla.

"Somos nosotros mismos los que no le damos valor", concluye. Y cree, además, que en cierto modo la cultura de la sidra está yendo a menos. "No se ven tantas pandillas tomando sidra como se veía antes", asegura.

En todo este tiempo, a Vanesa Díaz le tocaron los altibajos de la hostelería, desde los tiempos en los que los martes "eran como los domingos para la gente de los pueblos, el paisano iba al mercado de ganado y la señora, a la plaza, y pasaban todo el día en la Pola, era increíble la cantidad de gente que había".

También le tocó el boom de la construcción, dar cerca de 100 comidas diarias, "hasta teníamos una lista para saber el café que tomaba cada uno". Y fue también excepcional el año en el que tocó la lotería en Molleo. "Se notó muchísismo, durante diez meses la gente llamaba para reservar mesa y estaba hasta arriba", recuerda.

Pero aquellos tiempos se vinieron abajo con la crisis y los cambios de hábitos. "Ahora es muy irregular, puedes tener más gente un jueves o un lunes que un sábado". Y ya no hay aquellos llenos al mediodía.

Pero Vanesa Díaz sigue con su vocación intacta porque le gusta lo que hace. "Yo no valdría para estar sentada en una silla, y además me gusta el trato con la gente, que te cuenta de todo; con este trabajo acabas sabiendo más de fútbol que un paisano", sentencia.

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