"Es difícil encontrar en Noreña a alguien que no haya tenido un zapatero en su familia". Así aseguraba ayer Fernanda Valdés, una de las organizadoras de la fiesta de San Crispín, patrono de los zapateros y guarnicioneros, que se celebró ayer en la villa condal, y a la que asistieron descendientes de gente del gremio que todavía guardaban recuerdos de su trabajo. Es el caso de Marujina Huergo Monte, nieta de zapatero que se acuerda perfectamente de su abuelo, que trabajaba en casa. "Y yo, con ocho años, iba a casa a traerle obra, las suelas y los cueros conos que hacía botas para su maestro, él era un obrero", relata, y también recuerda cómo arreglaba el calzado de todos.

Como ella, muchos asistentes recordaron los tiempos en los que la villa tenía la artesanía del calzado como principal oficio. Fernanda Valdés rememoró en una charla con diapositivas la historia de tres familias, las de Coyeta, El Cantruñu y Milu, y mostró algunas de las herramientas de zapateros que pronto pasarán a formar parte de una colección permanente en la Torre del Reloj. Además, interpretaron un sainete, cantaron una canción dedicada a los zapateros y, para rematar, compartieron el menú tradicional "a base de picadiellu, güevu fritu y pataquines cuadraes, no debemos perder el legado", sentenció Fernanda Valdés.