La Pola vivió la noche de difuntos echando la vista atrás, a la tradición del Samaín, alternativa con raigambre celta a la fiesta de Halloween, también de origen irlandés, pero pasada por el tamiz estadounidense. La tradición de las calabazas, que ambas fiestas comparten, tuvo su lugar en una exposición en El Caricós.

Avanzada la tarde, comenzó el desfile de ánimas por las calles de la localidad. Precedido de la música de gaita y el tambor, el desfile de ánimas recorrió las principales calles del casco antiguo de la Pola. Algunos de sus participantes llevaban velas encendidas, otros, figuras de esqueletos, y otros, calabazas encendidas.

La mayoría iban encapuchados y muchos con la cara pintada. A lo largo de todo el recorrido se cantaron canciones tradicionales de la fiesta. Y una vez que todos llegaron a la taberna Cuévano, donde finalizaba, se cantaron en el local canciones relacionadas con la noche de difuntos.

Esta tradicion convivió en armonía con la fiesta de Halloween, de la que disfrutaron sobre todo los niños en la localidad. En toda la villa podían verse pequeños disfrazados de esqueletos, de vampiros o de brujas, y también pandillas de adolescentes uniformados con disfraces de diablos, ángeles negros y criaturas fantásticas de todo tipo.

Asimismo, un grupo de adolescentes protagonizó en la senda del río Nora una actividad de la Oficina de Información Juvenil relacionada con la fiesta, un juego sobre una invasión zombi en la que los participantes debían sortear obstáculos y hacer frente a extrañas criaturas que se les aparecían por todos lados.