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Así es mi oficio | Siero

Con la pintura en la sangre

Francisco José Sierra Muñiz descubrió pronto su vocación y su facilidad para el dibujo; también judoka y minero, la pintura lo cautivó desde niño y nunca la ha abandonado

Con la pintura en la sangre

Francisco José Sierra Muñiz tenía tan solo 6 años cuando descubrió que le gustaba mucho dibujar, y que, además, tenía facilidad para ello. Nacido en Carbayín Bajo, allí hizo sus primeros dibujos, y cuando pasó, en los años siguientes, a la escuela de Carbayín Alto a dar los últimos cursos de Primaria, se encontró con una profesora de dibujo, la señorita Mari, que vio que podría pasarse a la pintura sin problema. "Tengo mucha gana de que hagas un óleo", le dijo. Recuerda que cuando pintó su primer cuadro le soltó: "ya no pintes más, que lo haces mejor que yo".

Su contacto con el óleo fue revelador, ya que, desde entonces, esta es la técnica que más emplea, aunque nunca ha dejado de lado el dibujo. Y no lo dejó, ni el dibujo ni la pintura, a pesar de que su vida tomó derroteros en principio muy alejados de la actividad artística.

Porque a los 18 años empezó a trabajar en la mina de Pumarabule. Allí estuvo trabajando de picador -un trabajo exigente que confiesa que nunca le gustó- durante 23 años, hasta poco antes de que cesara la actividad del pozo.

Y, además, durante su adolescencia y primera juventud se dedicó con empeño al judo, hasta el punto de que fue campeón de Asturias Cadete y Junior en varias ocasiones. A los 21, cuando ya trabajaba en la mina, consiguió el título de campeón de Asturias. "Me daban días en la mina para ir a competir", comenta.

Esta dedicación, intensa por un lado y agotadora por otro, parecía ir contra su vocacion pictórica, pero nada la pudo ahogar. Nunca dejó de pintar. Es mas, durante los años que estuvo en el pozo, pintó muchísimos retratos de sus compañeros y de familiares, que sacaba de fotografías.

Hasta que, acabada su actividad en la mina y ya prejubilado, la pintura acaparó más su atención e hizo que comenzase a sacar un cuadro tras otro. Su obra llamó la atención del grupo "El Ventolín", que le encargó muchos trabajos, como cuadros y carteles.

Es un autor muy prolífico, y no porque le eche muchísimas horas sino por su rapidez en la ejecución de las obras. Asegura que en dos días puede tener un cuadro prácticamente hecho. En primer lugar, hace un dibujo sobre el lienzo en el que se va a basar el cuadro definitivo, y, posteriormente, aplica el óleo. Y lo hace con una dificultad técnica añadida, ya que mezcla los colores directamente en el cuadro, sin utilizar paleta.

A pesar de que tiene la técnica muy depurada, es un artista completamente autodidacta. "Nunca me dio por ver libros ni por mirar las técnicas de otros", dice.

Sí estuvo impartiendo clases en Oviedo, pero se trataba siempre de su técnica. Ha admirado, obviamente, a otros artistas, pero se queda con la suya propia. Su pintor más admirado es el Salvador Dalí de los primeros años. "Para mí, es el mejor, sin duda".

Su destino no parecía ser el de formarse en esto del arte más allá de su propia pericia. Sin ir más lejos, en su juventud se juntó con Carlos Ruiz y ambos tuvieron la idea de estudiar Bellas Artes. A ambos se les quitó la idea de la cabeza cuando supieron que les pedirían Matemáticas.

Muñíz (así firma sus cuadros) expone estos días parte de su obra en el café Lisboa de la Pola. Allí pueden verse retratos, paisajes y marinas. La muestra se podrá ver hasta el día 4 de diciembre. Entre los cuadros se encuentra el que quedó en tercer lugar en el Concurso de pintura rápida de Sariego de este año. Hasta ahora nunca se había probado en estos certámenes, y la experiencia le ha gustado lo suficiente como para repetir.

Las paredes del Lisboa cuelgan unas cuantas obras suyas, pero este no es el único bar que tiene un cuadro suyo expuesto. Son muchos los establecimientos que han elegido una obra de Muñiz para lustrar sus paredes.

El pintor sierense no tiene una temática favorita. Lo mismo se decanta por paisajes de arboledas o de montaña que por marinas, retratos de personas, torsos de animales o bodegones relacionados con el mundo de la sidra. No es raro ver vasos, botellas de sidra y manzanas pintadas por él en las paredes de las sidrerías de la Pola. Lo que le gusta, sobre todo, es pintar. Y a la velocidad que pinta, tiene tiempo para hacer de todo; desde que se ha puesto a pintar con más intensidad ha acabado cerca de 500 cuadros. Su ilusión ahora es pintar obras de gran formato, de 2x2 o 2x2,5 metros, que le permitan expresarse a lo grande.

Curiosamente, la temática minera, que tanto engancha a quienes han estado metidos en este mundo, apenas lo ha seducido. Tiene algún cuadro relacionado con la actividad, pero su producción es muy escasa en comparación con los paisajes o las marinas. Quizá porque nunca fue lo suyo, no quiere mirar atrás a una actividad que lo apartaba de su verdadera vocación, la de llenar lienzos en blanco, que, ahora sí, despliega con entusiasmo.

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