El día de Reyes, el buen tiempo invitaba a salir a la calle para ver a los niños con su primer triciclo, sus muñecas, sus primeros balones de reglamento y, a los más afortunados, con coches de pedales. Sin embargo, no había niños jugando. Probablemente estuvieran en las nubes de las redes sociales con un teléfono móvil de última generación. Claramente, me había confundido de siglo.

Unas horas mas tarde, durante el vermú, las terrazas de la villa sí estaban en ebullición. ¡Sí, las terrazas! , aunque estuviéramos en pleno invierno.

Esta imagen no llama la atención de las generaciones que alcanzaron su mayoría de edad en el inicio del siglo actual. Hace años que las temperaturas se han suavizado en las fechas navideñas.

Para los que ya tenemos una edad considerable, sí nos parecen muy notorios los cambios en el escenario navideño. Probablemente, para la mayoría la gran diferencia se asienta en el cambio del decorado interior, pero esa no es la única circunstancia.

Ante las variaciones climáticas que estamos experimentando con la temperatura y el régimen de lluvias, resulta lógico pensar que las secuelas del cambio climático se están empezando a imponer en nuestra vida cotidiana. Un hecho aparentemente intranscendente como ocupar la calle para disfrutar de un vermú de forma continuada en Navidad podría indicar un cambio climático sustancial, con sus amenazas potenciales.

En Noreña solo existen datos registrados de temperatura y pluviosidad en los últimos años, que no son suficientes para cuantificar la importancia del fenómeno. Sin embargo, no deberíamos esperar a tomar medidas correctoras a que la subida del nivel del mar y de su energía obligue a trasladar El Molinón a la Providencia. Y a nosotros, ¿nos obligará a desempolvar el proyecto, de hace 50 años, para hacer el campo de fútbol en los terrenos municipales de la calle el Sol?