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El Paragües

Sidros

Sidros

Quise recordar carnavales de hace más de sesenta años. Disfraces fáciles. Chaqueta de punto a modo de pantalón largo, bigote pintado con hollín y vieja boina raída convertían a un pobre arrapiezo en un señor; que hasta se atrevía a empuñar un palo a modo de bastón. Como en la infancia se entremezclan imaginación, realidad y anhelos no faltan en esta edad las quimeras que pueden hacerte despertar en sobresalto cualquier noche después de ser un hombre hecho y derecho. Y del carnaval de mediados del siglo pasado en el Carbayín de minas y aún sin "Candonga", a modo de recuerdo, entre tétrico y pavoroso, me llega el de los sidros. Atronador sonar de los cencerros, caras rojas de tela apenas sin ojos, tocado de piel de oveja con lana cayendo sobre pecho y espalda a modo de chaleco y larguísimo palo, que usado a modo de pértiga, permitía al sidro osado saltar la elevada estaquera. Mi mano de niño cogía con fuerza la del hermano o hermana mayor que parecía no sentir miedo alguno y que yo no entendía. "Vieyu" y "vieya" en diálogo áspero discutían de sus cosas y tres versos de la comedia, dichos, por él a ella con voz ruda ,que recuerdo, contribuían a incrementar mi pánico de rapaz: "Non me incomodes Gabriela/ que si cojo un garrote/échote los sesos fuera". Y aún hoy, cuando las noticias hablan de mujeres que padecen violencia, siento deseos de apretar la mano de un hermano o hermana mayores, que ahora sí tendrán el mismo miedo que yo; porque esa triste realidad no es la comedia de sidros de mi infancia.

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