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Antonio Roble: "La Villa perdió la ironía y la sutileza"

El polifacético maliayés recupera en un libro a algunos personajes populares de la historia del concejo

Antonio Roble, en la plaza de Carlos V, en Villaviciosa. MARIOLA MENÉNDEZ

José "El Avellaneru" es uno de los muchos personajes maliayeses que Antonio Roble ha recopilado en su libro "Coses de la Villa", que se presenta hoy, a las 20 horas, en la Casa de los Hevia. De él recuerda su "humor quevediano, quizá por las circunstancias de la postguerra que le tocó vivir, que agudizaban el ingenio". Allá por los años 50 y 60 del pasado siglo regentaba el bar "La Avellaneda", junto al teatro Riera. "Siempre iba en madreñes y era un personaje muy típico de Villaviciosa", explica Roble. Cuenta como anécdota que acostumbraba a llenar de aire un cartucho de plástico de caramelos para explotarlo. Entonces decía: "No es trilita ni dinamita, solo aire acondicionado". Acompañaba esta expresión dando un salto a la voz de "güi, güi". "Era simpatiquísimo y muy amable", apunta Roble.

Roble echa de menos aquellos tiempos. "Se perdió la ironía y la sutileza, porque el hambre y las circunstancias obligaban a ello. Entonces la villa era más bucólica y pastoril, de más vida social en la calle", apunta.

Otro maliayés "muy simpático y que tenía gran ironía" fue Leandro García el "Llandru", del que relata que en una ocasión, que hacía mucho frío, se encontró en la calle con un señor pudiente de la Villa, que al verle en mangas de camisa le preguntó si no tenía frío. "Para qué lo quiero si no tengo abrigo", le espetó. "El Llandru" pescaba en la ría, sobre todo, angula. En aquellos tiempos era una especie muy abundante, tanto que se "echaban hasta a les pites", apunta Roble.

El autor del libro tiene un recuerdo para Manola, más condescendiente, y Anselma, con más genio, que regentaban la tienda de "Les Toberines". Vendían fruta y dulces, por lo que era un comercio que gustaba mucho a los chavales. Provocaban a la primera diciéndole: "Manola, dame una peseta de puntillas pa ferrar mosques". A lo que la mujer les respondía: "Ya se lo diré a tu madre, rapazón".

En la calle del Agua vivía Jacoba, una mujer de fuerte carácter, recuerda Antonio Roble. Tiró de ingenio en una ocasión en la que, coincidiendo con las fiestas del Portal, quiso evitar tener que pagar en el antiguo Fielato la tasa por el tránsito de mercancías. Guardó los dos jamones que llevaba bajo la falda ancha que vestía y al llegar al Forcón le preguntaron que si tenía algo que declarar. Ella les respondió, con las manos sobre sus muslos: "un par de jamones". La respuesta que recibió fue "ande, pase, que esos ya están caducados", apunta Roble. Son sólo algunas de las anécdotas y personajes que jalonan este libro, cuya portada Roble ha ilustrado con una acuarela de su pincel de la plaza del Ecce Homo. Mezcla personajes, lugares y situaciones reales y ficticias, y quiere llegar a todos los maliayeses, incluso a los más jóvenes.

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