La confianza es imprescindible preludio para diseñar un futuro esperanzador. Pero no hay nada que hacer, la gente no acaba de tenerla. En la Pola, al menos, innumerables comentarios son de lo más receloso cuando se habla del posible Gobierno que está entre los fogones. Cosas como: "Poner más impuestos a los ricos... ¡Seguro que les costará mucho tributar en otro país de Europa, trasladando allá la sede de sus negocios! Si piensan que Amancio Ortega, Rafael del Pino, Sol Daurella y las otras ochenta personas que superan al menos los seiscientos millones de euros van a facilitar que les lleven sus ahorrillos, ¡van de culo! A ver si no lo empeoran". Algunos me preguntan qué opino y siempre les digo que tengo confianza porque, ¿cómo un maestrucu como yo puede opinar en estas materias de forma distinta que un par de doctores, uno en Economía y otro en Ciencias Políticas? Esa gente tiene que saber la tira. Además, tienen asesores muy capaces. Seguro que establecerán mecanismos que aumenten el empleo, saneen las tambaleantes pensiones, solucionen el problema catalán y reanimen la natalidad. Yo tengo confianza. Como tengo buen oído, al contestar esto oí que uno decía muy quedo: "Esti Vicente tendría mejor nombre si se llamase Cándido".
