La penúltima hoja del calendario del año 1995 centraba la mirada de los residentes de un domicilio de dos pisos de Lugones, en una esquina de la avenida Viella con la calle Leandro Domínguez. Cuando esa hoja hubo pasado, las miradas empezaron a cambiar de sentido. De fuera hacia adentro. Es la historia de Juan Menéndez Álvarez y su belén, "el casero" de Lugones, abierto a las visitas de todos los interesados: "Después de 24 años poniéndolo, hay quien ha venido con sus abuelos y ahora viene con sus hijos recién nacidos".

Su pequeña joya fue creciendo. No fue hasta el 1997 cuando comenzó a tomar dimensiones considerables: "Empezamos con una mesa de playa. Mi mujer, Pilar Cuesta, fue la que me lió". Una vez creció, los curiosos comenzaron a agolparse en el gran ventanal que da la planta baja de su piso.

Así pasaron los años. Con la tradición, de las gafas de pasta a las finas, de las finas a las de pasta. Los anteojos, la vestimenta y las arrugas de los visitantes daban cuenta del paso del tiempo por la localidad, por el ser humano, pero siempre con una mirada de ilusión navideña.

"Oye, que se oye gente abajo". Esta es la comunicación habitual entre Menéndez y Cuesta. Rápidamente acuden a la ventana y observan si hay gente esperando para entrar a ver el belén. Bajan una escalera tras otra, cada año con menos agilidad, pero con incluso más ganas.

Abren, la gente entra y se agradece, porque fuera hace frío. Las luces del gran belén de 10 metros cuadrados se encienden de repente. Del río que recorre el montaje de lado a lado sale vapor, hay quien se preocupa: "Oye Juan, ¿vaya gasto de agua debes tener, no?", le cuestionan. Menéndez ríe, explica que es un circuito cerrado y que el humo "se genera con una máquina a pequeña escala de las que llevan las orquestas".

Le gusta contar las peculiaridades de su obra. Especialmente a los niños. "Ellos son los que más se ilusionan". Entonces llega un grupito de ellos, pican tímidos y les abre. Su estatura no les deja ver la superficie con claridad, así que les pone una banqueta.

Entonces alucinan con las piezas que se mueven. Con el carpintero y con el herrero. Son todo piezas coleccionadas durante años, traídas por catálogo o de la feria de Madrid.

Luego, cuando se lo encuentran por Lugones, los pequeños dicen indiscretos a sus padres: "Eh, ese es el del belén". Ellos les piden que hablen más en bajo, pero a Menéndez le gusta que le conozcan por ello.

Aunque cada año le "cuesta más", sigue disfrutando de hacerlo. Tarda un mes en montarlo, una horita por la mañana, dos o tres por las tardes. Se entretiene y a sus 74 años le gustaría poder hacerlo por una década más. Al menos, hasta que la última hoja del calendario le diga que está en 2029, mientras alguno más de los que visitaron su belén con los abuelos, se lo enseña por primera vez a su hijo.