La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Una de las grandes citas festivas de la Pola

Comadres, de generación en generación

Abuelos, padres y niños disfrutan juntos de los bollos preñaos y las tortillas salonas en la capital sierense, en una jornada de familia y amistad, "como toda la vida"

Comadres, de generación en generación

Hasta en lo que se refiere a comer bollos y tortillas el tiempo importa. En la Pola se merendaba por comadres antes de las generaciones actuales y seguirá cuando se hayan ido. A todas las une el nexo de una fiesta familiar, que ayer se celebró una vez más. Distinta, pero con la esencia de siempre.

Son años que marcan. Oscar Díaz, que suma uno y dos meses, mordisquea como puede un bollo del día. Le gusta, y a su madre -que le sostiene en brazos- le gusta que le guste. Van de vermú, luego de merienda. Como en los viejos tiempos, cuando a la edad de su pequeño la sostenían su padre y su abuelo.

Le vienen los recuerdos a su madre, que la acompaña. "Me emociona tanto...". Son los polesos "de toda la vida", como recuerda la abuela, Ana Álvarez, mientras el bebé se tira a sus brazos y fiscaliza el consumo de bollos en el interior de un local. Es la familia.

La fiesta va mucho de eso, y ayer también lo fue. Álvarez y los tiempos pasados, cuando sus padres estaban, recuerdo que no caerá en el olvido. Como para el pequeño el sabor a pan, manteca y chorizo ante la mirada de su abuela.

Para esta fiesta, el pan con chorizo no es solo eso. Hay una tradición, algo sentimental. No todo el mundo comparte la receta, un bien preciado de la tradición familiar.

Luis Ángel Alonso y Ángel Luis Otero no paran. El tiempo no pasa para ellos el día de Comadres. Bollo a bollo, llegan a los 2.000 en un día. Son 27 años haciéndolos, aprendieron la receta del jefe anterior de la panadería ("Tahona el Castañeu") y él de su padre, que décadas atrás tuvo otro horno. Historia atemporal la suya, no como la efímera cerveza que, mientras se entregan al trabajo, pasado el mediodía, preside la mesa más alejada del horno.

Fuera, es la amistad la que une. La conduce como la electricidad un bollu del que tiran Myriam Menéndez y Marta Fonseca. Mientras, las mira la que atiende la panadería, portando un mandilón de Agatha Ruiz de la Prada. Tiene un corazón.

Son latidos apasionados y no la gasolina de sus vehículos los que impulsan a Ángel Capín y Alfredo Barrero a llegar cada año desde La Coruña hasta La Carrera, para recoger unos cuantos bollos en una panadería. "Ahora volvemos y los comemos con los socios del Centro Asturiano de merienda", cuentan mirando a la plaza Les Campes.

Les interrumpe el bullicio que forman los niños del colegio Peña Careses. Desfilan calle abajo disfrazados. Desfilan también las caras de ternura de padres y vecinos que les acompañan en el recorrido. Los de la parte frontal van de pájaros, detrás hay caballeros y princesas. También hay quien, al son de los tiempos pasa de papeles y va de lo que le apetece, como debe ser.

Le parece bien a un pequeño que va de Chaplin, el tiempo no pasa, los ídolos permanecen. También hay "minions", disfraces de "Monstruos S. A." y la familia Adams. Cierra un atuendo de palomitas y las caras de dulce de los observadores. Comadres también es ternura.

Compartir el artículo

stats