Bajaba Fernando Viejo con su furgoneta por la carretera que une Trubia con puerto Ventana y al llegar a la cantera de San Andrés, una curva antes del pueblo, se le nubló la vista, perdió la consciencia y el vehículo, falto de control, se empotró contra el talud de la Senda del Oso. Un aparatoso siniestro que pudo haber sido mortal y aún peor, para su rescate, de haber caído al río con la crecida que llevaba aquellos días.

Tarde gris y lluviosa, al filo de las dos -de un sábado 18 de enero-, cuando este cronista circulaba hacia Teverga para tomar luego hacia la Babia querida con el fin de participar en un encuentro cultural. Varios coches parados mostraban que algo había ocurrido en la calzada. Intermitentes de seguridad, salí a todo correr hacia el lugar donde el morro de una furgoneta parecía empotrado contra un abrupto terreno. Un hombre estaba sentado al volante con la cabeza hacia delante, sus brazos rígidos a lo largo del cuerpo y abundante sangre en la nariz. En la calzada se habían detenido varios coches y algunos conductores se interesaban por el estado del herido.

Isa, una joven del pueblo que paseaba con su perro por la senda, dio la voz de alarma al 112 y, a la espera de su llegada, me dispuse a penetrar dentro del auto por una de las puertas. Con grandes dificultades logré abrirla y sentándome al lado del herido le hice preguntas, le miré el fondo de los ojos, le tomé el pulso en la muñeca y en el cuello, le palpé la cabeza, el estómago, el vientre y le limpié las gotas de sangre en repetidas ocasiones.

Supimos que se llamaba Fernando al ir uniendo con paciencia algunos de los sonidos que balbuceaba. El hombre requería cuidados con urgencia, pero mientras tanto también necesitaba el calor humano para mostrarle que no estaba solo, que el golpe recibido no era grave y que el auxilio estaba a punto de llegar. Resolví amantarlo con plásticos que había esparcidos por un lado y por otro de la furgoneta, al tiempo que un generoso vecino traía una manta de su casa.

"¡No te duermas! ¡No te duermas!", le repetía una vez y otra la joven mientras yo lo abrazaba y le susurraba al oído palabras cálidas y de aliento. Le cogí las manos y se las froté, notando que los cuidados eran buenos y que el corazón iba por el mejor de los caminos. No obstante, su cara amoratada era la señal de una respiración asistida que Fernando necesitaba antes que nada.

De pronto, se oyeron las sirenas de la Guardia Civil, la ambulancia y los bomberos. Gente con gran profesionalidad se ocuparon de los primeros auxilios al accidentado y todo se dispuso para su excarcelación. Ya tendido en la camilla, y lleno de cuidados la ambulancia, tomó el camino del HUCA y el cronista prosiguió el viaje previsto con cientos de imágenes y sonidos que le salían al paso delante del parabrisas, preguntándose cuál sería el final de aquella historia.

Fernando Viejo, de sesenta y dos años, nació en Quirós y muy pronto cambió de domicilio para poder estudiar ingeniero de minas en las Escuelas de Oviedo y Mieres. Trabajó en varias explotaciones de Hunosa durante veinticinco años y a su jubilación se fue a vivir a Tuñón, en el concejo de Santo Adriano.

Es un amante de los libros, y se da la circunstancia de que es lector de este cronista, sobre todo con los ensayos y novelas que tratan de la Guerra Civil. Incluso había acudido a uno de los recitales en el Chalet de don Santiago, hacía ya varios años y, en estos momentos está leyendo a la Premio Nobel Olga Tokarczuk.

Fernando Viejo se despertó cuatro días después del accidente y las primeras imágenes fueron las de su hijo Efrén, su mujer, Montse, y sus hermanos, que no se habían separado de la UCI en ningún momento. Había roto tres costillas, tenía magulladuras por todo el cuerpo y la molestia, sobre todo, de los tubos de respiración artificial y limpieza de los que al sentirse liberado "me pareció volver a la vida", dijo con alivio. Ya en planta, el herido estuvo por espacio de un mes en el HUCA y ahora se recupera en Oviedo con los cuidados de su familia.

El miércoles, este cronista recibió la llamada de un tal Fernando Viejo, dándose a conocer como el accidentado. Por fin, tras muchas pesquisas para averiguar su paradero, a la mañana luminosa se había unido la luz de un encuentro tarde o temprano anunciado.

Ambos, emocionados, nos dimos cita en la redacción de LA NUEVA ESPAÑA y tras visitar las dependencias, ser presentado y hablar durante una hora del accidente y sus circunstancias, nos dimos un fuerte abrazo con la promesa de volver a vernos fraguando una sincera y duradera amistad.

El siniestrado de la cantera de San Andrés agradece a LA NUEVA ESPAÑA, a este cronista y a cuantas personas estuvieron a su alrededor en el accidente y en el HUCA los desvelos y atenciones que con él tuvieron. "Beau geste" de unos y de otros. Vale.