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Necrológica

Luis Valdés, el tozudo párroco de El Berrón

Luis Valdés, el tozudo párroco de El Berrón

Viajando con Juan Bautista en su amplio Citroën BX, porque no entraba en otro, al pasar por El Berrón, con la gracia y ocurrencia que tenía, me soltó: "Mira ese anuncio del toro de Osborne? es el monumento que los feligreses levantaron a su párroco Luis Valdés". El símil de esa silueta del toro de lidia del anuncio sí valía para caracterizar a Luis, noble, entero, de principios fundamentales, afectuoso, pero firme en sus decisiones, inquebrantable en sus normas, tozudo con argumentos y embestía en cuanto se le enseñaban la muleta y fiel a sí mismo nunca se cortó la coleta. Tenía un gran sentido de la amistad, sobre todo con el grupo de compañeros cercanos, Manuel Feria, Fernando Tolivar, Juan Bautista, que le gastaban bromas con la pintura de su templo parroquial, San Martín en el brioso caballo blanco, levantado de cascos? Valdés fue uno de esos sacerdotes singulares cuya forma de ser dejó en su historia muchas anécdotas.

Hijo de familia minera de Carbayín Bajo, nació el 28 de enero de 1931. Antes de ir al Seminario, pasó como alumno por el colegio de San Francisco de Villaviciosa. Buen estudiante, perteneciente al curso de Ezequiel, José Gabriel, Víctor de la Concha... Recibió la ordenación sacerdotal el 6 de abril de 1957. Y su primer destino fue coadjutor de Pola de Siero, estando de párroco don Manuel Álvarez, el de Naraval, célebre personaje, inteligente, de grandes cualidades, simpático y astuto, con el que hizo las mejores migas. Duro poco esa fortuna. El concurso los plantó a uno en San Lorenzo de Gijón y a Luis lo aventaron a Anleo-Navia, zona tranquila que serenaba a los que tenían ideas sociales. Allí estuvo dos años. Renovada la diócesis con la venida de Tarancón, Luis, por un intercambio se las arregló para volver a sus lares. En abril de 1964 pasó a la parroquia de San Martín de la Carrera, donde estuvo hasta el final de sus fuerzas. Hijo único, allí vivió con su madre, viuda. Fue un trabajador incasable en el ámbito parroquial y en el material. Tenía sensibilidad artística y facilidad para las manualidades y allí dejo su huella de gusto y buen hacer.

En la pastoral parroquial, Luis asumió con entusiasmo, y hasta con rigor algo excesivo, el espíritu del Vaticano II, y en lo sacramental y litúrgico lo aplicó con prontitud. Desnudó toda la parafernalia de la celebración de los sacramentos, pero posiblemente se llevó con ello expresiones de la devoción popular que fue lo que le planteó problemas con las personas menos practicantes, pero que acuden a pedir los sacramentos. Buscaba la verdad pura del sacramento en las celebraciones de bautizos, bodas y, sobre todo, de las primeras comuniones. Sus feligreses practicantes lo entendían, los ocasionales encontraban dificultades. Quiso ser fiel a la reforma conciliar muy inspirada en los monasterios que cuidan tanto la liturgia, pero para la vida parroquial ahora se ve que deben ser más valoradas las expresiones de piedad popular, como lo vemos en el Papa Francisco. El pueblo es más de signos sencillos, que de doctrinas. También, preñado de concilio, quería desclericalizar la Iglesia, lo que ahora insistentemente se propone el Papa Francisco. Necesaria pero ardua tarea.

Como premio de sus cincuenta al servicio en La Carrera, el 17 de mayo de 2015, el pueblo le dedicó una plaza. Merecida. Allí les dijo: "Un cura hace la parroquia, pero la parroquia hace al cura". Me parece que en este caso pudo más el cura que la parroquia. El viernes, día 26 de marzo, con 89 años, siempre llenos de vida, los últimos, cuidado con esmero, muy cariñosamente, por su feligresa M.ª del Carmen Alonso, su mejor discípula. Tuvo esa suerte y consuelo. Como nos asegura el Concilio: "La unión de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe". Con esa esperanza le despedimos.

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