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Más ausencias en las colas

Somos lo que es nuestra memoria, los pueblos también

El equipo del Condal del ascenso a Primera Preferente.

De repente las calles se llenaron de deportistas. No sabía que hubiera tantos entre nosotros. Cuando me cruzaba con ellos al caminar, y no los reconocía, lo atribuí a las mascarillas. Sin embargo, al verlos de vuelta desde la ventana, la nostalgia vuelve a hurgar en la memoria y me incita a hacer públicos los recuerdos.

Después de la durísima derrota contra el Lieres de 1963 el Condal entró en declive y el campo de Pumarín cerró sus puertas. Desapareció el Condal.

Los años sesenta fueron para los adolescentes años de juegos en unas calles con poquísimo tráfico. Partidos de cuadrín en cualquier sitio. Los del transformador de la Nozalera solo se interrumpían cuando se asomaba la sombra amenazadora de la escoba de mi madre para que volviera a casa. Más partidos en la plaza cubierta, en los soportales y la explanada de la iglesia. Duelos titánicos al lado de casa Carmelo para intentar doblegar a los equipos de Javierito y Arturo. Fútbol y más fútbol esperando que el Condal volviera a competir.

Como no había campo reglamentario, el fútbol 11 se volvió errante. La huerta del Quintu, la avenida de Oviedo frente al actual matadero, la calle El Sol (verdadero proyecto municipal) y por fin Los Riegos.

El campo se situó primero a la derecha del río . La canalización del río lo pasó rápidamente a la izquierda con un césped precioso. Mas desplazamiento a la izquierda para albergar al Centro de Formación Profesional, y, finalmente, un último desplazamiento para dejar sitio a las piscinas. En esta ocasión, al levantar la sebe , se dejó medio campo como un barrizal impracticable en el que si caías te pasaba el agua por encima.

Después de jugar nos lavábamos en el río, en la fuentes o en el estanque del parque. A casa llegaban toneladas de barro cada día. Dio igual, el Condal retornó a la competición con la participación de muchas voluntades y el empuje de un juvenil Choche.

Una década después del fracaso de Pumarín nos pusimos en marcha con el objetivo de alcanzar la primera categoría del fútbol regional. Noreña era una referencia en la actividad industrial con la industria cárnica y quería dar un paso adelante en el deporte rey.

Dirigió las operaciones el sargento Pepe Sará y la experiencia la aportaron Susi y Martínez que fueron nuestra referencia . La temporada transcurría de forma favorable y el optimismo por los resultados nos permitió pasar , como invitados, por la mayoría de los establecimientos de la villa, celebrando un objetivo que aún no se había conseguido. Bastó un hecho extradeportivo para que la situación se complicase. Merchán tuvo que sustituir la portería por un trabajo soñado en Ensidesa . El equipo acusó su ausencia.

Un día de junio de 1974 la historia retrocedió diez años. Visitamos el campo del Ceares con la obligación de ganar para conseguir el ansiado ascenso. Noreña volvió a movilizarse y acudió a Gijón con el corazón encogido.

En esta ocasión salió cara. Carlos ( aunque no lo recuerde) nos adelantó desde el borde del área en la primera parte. Camino de los vestuarios Pepe tenía previsto que Antón me sustituyera . Para que se pudiera cumplir lo que estaba escrito desde hacia diez años en la carretera de Buenavista, intervinieron los capitanes y él, inexplicablemente , aceptó el consejo y esperó. Mediada la segunda parte , en una de sus carreras habituales, Piniella desbordó a todos los contrarios , portero incluido. Esta vez, sin que sirviera de precedente, se paró antes de salir del campo y algo debió recordar de la historia porque me dejó el balón para que lo empujara a puerta vacía. Consumado, el Condal alcanzaba la meta después de muchos años de intentarlo.

Al acabar la tarde, con una temperatura muy agradable, Noreña fue una fiesta. Todo el mundo estaba en la calle . La alegría era desbordante. Corrió la sidra.

Jacinto Benavente dejó escrito que los recuerdos tienen más poesía que las esperanzas. Tuvo que ser al final de su carrera. En aquel momento nosotros veíamos por fin las murallas del campo del Siero.

Esa batalla si que fue otra historia.

(Dedicado a Sará, Peporrín y Alfonso, que se ríen de nosotros cuando estamos en la cola)

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