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Bobes, un paseo a la espera del dinero

Caminantes, vendedores de chatarra y ciclistas recorren a diario el desierto polígono de Siero, que aguarda por la instalación de las naves

Un operario, ayer, realizando reparaciones en las calles desiertas del polígono de Bobes. | A. I.

La fuerte lluvia y el olor del asfalto casi virgen, mojado, ambientan la vida interna del desierto polígono de Bobes (Siero), el área industrial más grande del centro de Asturias, que espera por sus naves. Mientras llegan esas esperadas inversiones, sus 300.000 metros cuadrados acogen a diario historias de lo más variopinto, desde paseantes o ciclistas que aprovechan la tranquilidad del entorno hasta la actividad de los pocos negocios que funcionan en la zona.

No son ni las doce del mediodía cuando Jocelyn Gabarri, una mujer con rasgos cíngaros, abrigo negro y vestido floreado, ya ha hecho su negocio del día. El paseo bajo la lluvia con un carrito de la compra cargado de chatarra le ha reportado unas perras: “Es lo de todos los días”, dice, antes de subrayar “fotos no” y volver a subir el volumen de su pequeño transistor, del que sale la melodía del “Asturias” de Víctor Manuel.

Dylan Canto, ayer, revisando su coche en el área del futuro polígono. | A. I.

Un tema que hablaba del Principado minero, que ya no lo es. Ahora el futuro, al menos en Siero, pasa por Bobes. Sogepsa, propietaria del suelo, sigue tratando de agilizar la comercialización –más de un tercio ya está reservado y hay más interesados–. El alcalde, Ángel García, habla de que necesitan algo importante, “como una fábrica de coches”, para dar un impulso decisivo a la superficie este mismo mandato.

Casualidades de la vida, allí donde se sueña con que los fabriquen, a Dylan Canto, de Cangas del Narcea, se le para el suyo: “Cago en la mar, creo que tengo que echarle aceite”, asevera. Es su primera vez en Bobes. “Vaya pedazo de polígono y vaya recuerdo para empezar”, ríe ya más tranquilo. Al final, el vehículo arranca.

Rafael Aguirre, señalando hacia la zona industrial, cerca de su casa. | A. I.

No tanto los accesos a las diversas calles del polígono. El tráfico es intenso, pero permanece muy limitado a determinadas zonas, otras están cerradas por vallas.

Se quejan de ello en la empresa de chatarra situada en la esquina del polígono –aunque técnicamente fuera– de la que justo regresaba Gabarri: “Le complica un poco la vida a los que vienen a traernos la chatarra. Aunque los del poblado de aquí al lado opten por venir caminando con carros, la mayoría de gente la trae en furgoneta”, cuenta una de las responsables de la empresa, deseosa de que “el polígono pueda arrancar de una vez”.

No coincide en ese deseo con algunos vecinos. Rafael Aguirre tiene una casa en la otra esquina del área industrial. En la parcela de al lado, dos burros se comen la hierba del polígono, mientras él se hace unos filetes y se preocupa por el ruido y el olor: “Que no nos pongan aquí algo que monte escándalo y contaminación”, ruega. Después señala al polígono, pide que pongan unos badenes para reducir la velocidad y explica que “mucha gente viene en coche y se para a pasear por aquí, es la gran ruta del colesterol”.

La lluvia que disuadía a los paseantes remite, por suerte para unos operarios que dan los últimos remates justo al lado de la nave de una papelería, una de las pocas que funcionan ya. Con suerte, pronto los operarios ya no estarán allí, darán paso a las empresas, al futuro dorado de Siero, casi como el chaleco de los trabajadores y las flores, que crecen donde algún día se erguirán las naves.

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