Hace once años, la artesana polesa Mariana Fano cogió unos maniquíes que iba a tirar una tienda, les puso “runas hechas con piedras de playa, cámaras de ruedas de bicicleta a modo de guantes y plumas de gallina en la cabeza”. Hizo una escultura “que daba algo de miedo”, pero que “llamaba la atención de todos, porque se querían fotografiar con ella”.
Hasta el pasado lunes, la escultura permaneció en el patio de su casa. Sin embargo, tras más de una década allí, se decidió por fin a tirarla. “La dejamos al lado de la puerta de casa, donde se hace la recogida”. En ese momento, la estatua pasó de dar miedo a causar admiración. “Empezamos a ver cómo la gente se paraba alrededor de ella”, explica Fano, que finalmente vio cómo la estatua desapareció: “Alguien la quiso y la rescató”.