La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Grado recupera el mercado bajo mínimos: “No vendemos ni zapatillas a cinco euros”

Poca clientela y lluvia en el regreso a la villa moscona de los ambulantes, que reclaman ayudas para aliviar los “grandes gastos de los autónomos”

Miguel Frade, en su puesto de zapatillas, ayer, en Grado. | A. I.

A la entrada de Grado, una esquela y el bando municipal sobre las medidas anticovid en un tablón, justo frente al bar Cuba, cerrado, y a una carnicería serigrafiada con un estilo típico de Centro Habana. Poca gente y miradas subrepticias hacia el parque, donde ayer, tras un mes de suspensión por la elevada incidencia de la pandemia, volvió el mercado, aunque no de buen grado. “Es lo nunca visto, no vendemos ni las zapatillas a cinco euros”, exclama uno de los mercaderes, sumido en un constante día de la marmota: “Ya hemos vuelto más veces que Jesucristo en Semana Santa”.

No habían pasado muchas horas desde que el Gobierno local relajara las medidas anticovid y los vendedores del mercado ya empaquetaban el género. No eran ni las doce del mediodía, pero la lluvia y la escasa clientela, no animaban a alargar la jornada. “No vendemos nada”, comentaba un ambulante a un vecino, que se compadecía, sin comprar, viéndose ya provisto de mullidos cubrepiés en su casa.

Una mujer mira algunas blusas, de las pocas que se ven en la plaza. Lleva un paraguas de flores y parece interesada en comprar. “Soy rumana, llevo cuatro años aquí y vengo todas las semanas. Ya hacía falta que regresaran, tenía falta de ropa”. Se llama Elena Bjereva, conocida del dueño del puesto, José Pérez, con 57 años y la jubilación como único horizonte. Suma ya 49 años haciendo siete mercados a la semana, “desde Llanes hasta Navia”. Dice que nunca ha visto algo igual, “es patético”. Insiste en lo mismo que todos sus colegas: “Hacen falta ayudas, los autónomos tenemos muchos gastos”. Pero se resigna. Es lo que le queda.

Dos vecinos pasean por la zona de venta de alimentos.

Dos vecinos pasean por la zona de venta de alimentos.

Pasa un tipo a su lado, pero no para, mira hacia el estanco y ve que hay cola. Y un paisano de mascarilla escasa para su barba estrenando cajetilla. Pérez saluda a alguien, hace tiempo que no lo ve, cosas del confinamiento del territorio por la incidencia del coronavirus. “Ese Djurdevic es un guerrero, el mejor. Hasta jugando solo arriba marca la diferencia”, le comenta a su amigo, en referencia al delantero serbio del Sporting, autor de tres goles en el partido del sábado.

El fútbol no saca de apuros a Pérez, que no presta demasiada atención. Él no amasará millones. Apunta hacia su compañero de puesto, un hombre canoso que ordena sus joyas plateadas: “Ese de ahí puede contar mucho”. Es Emilio Nevado, de Castrillón y con 64 años. Le han quitado su principal fuente de ingresos, las ferias de artesanía, “por eso voy más a los mercados”, clama. Toda la vida dedicándose a moldear metal en formas estéticas para verse “con esta edad, grandes gastos de autónomo y la jubilación aún lejana”.

Elena Bjereva mirando unas blusas, ayer, en Grado. | A. I.

Elena Bjereva mirando unas blusas, ayer, en Grado. | A. I.

Las palabras de Nevado parecen animar el cotarro. Más niños con padres y una pareja con paraguas y pantalón morado a juego empiezan a patear el parque. La mayoría, solo mira. También observa la dueña de una tienda de zapatillas deportivas de moda, portando un modelo de pies de su escaparate. Son algo más caros que las zapatillas de a cinco, que no se venden.

Siguiendo el camino que marcan los puestos, un hombre moreno coloca aburrido carteras y hace que escurre paraguas secos. Está bajo techo. En la zona donde se colocan los vendedores de productos alimenticios, la voz de la experiencia lee LA NUEVA ESPAÑA. Mari Luz Martínez espera a que alguien le compre un queso mientras ojea el periódico. Cuenta que vivió “otros momentos difíciles, pero muy distintos a este”. No esperaba tener que lidiar con una pandemia, aunque también recuerda circunstancias parecidas, pero a menor escala. “Yo soy de La Borbolla, aquí al lado, y de niña se hablaba de los típicos ‘males de moda’. Nos decían, ‘murieron cuatro de aquella casa por no sé qué enfermedad’”, rememora. “Pensaba que con lo que se modernizó todo, las cosas estarían más controladas”. Pues no.

Un vendedor haciéndose un selfie.

La realidad dice que no, que no se venden ni berzas ni zapatillas en la enésima vuelta a la actividad de un sector señalado por la crisis. Mientras, algunas terrazas sí que se encuentran llenas de clientes. Son de los pocos sitios de Grado donde se ve animación. El resto parece temeroso del castigo. A la salida, junto a la turborrotonda y frente al bar Cuba, una esquela y el bando de medidas anticovid. Lo que marcan los tiempos.

Paseo cuidadoso de convivientes

La estampa de ayer en el mercado de Grado arrojaba conclusiones claras. Madres y padres con hijos, y señoras de mediana edad aprovecharon para salir a la calle y disfrutar de la clásica atmósfera de domingo. Eso sí, “con poco gasto”, como subrayaban los vendedores.

Compartir el artículo

stats