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El drama de un octogenario de Grado que busca los restos de su padre en una fosa común: "Están esperando a que me muera"

Sabino Fernández, a punto de cumplir 89 años, lamenta la paralización de las exhumaciones de las víctimas de la dictadura enterradas en El Rellán

Sabino Fernández. SARA ARIAS

“Tenía que haberse hecho mucho antes y ahora están tardando porque creo que están esperando a que nos muramos los que lo vivimos, los descendientes, para no sacarlos de ahí”. A punto de cumplir 89 años el próximo mes de abril, Sabino Fernández siente que le queda poco tiempo para poder recuperar los restos de su padre, Ramón Fernández, de las fosas comunes del Rellán, también conocidas como La Chabola, en Grado. El tiempo pasa y más de ochenta años después, los represaliados continúan allí donde fueron enterrados tras ser ejecutados. Fernández es uno más de los familiares de víctimas de la represión franquista en el concejo que esperan con ansias la exhumación de los cuerpos.

Una actuación sobre las fosas que inició el pasado julio la asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica con una prospección del terreno, después de que fuese adquirido por el Ayuntamiento. Ya en la primera jornada intervino el Juzgado de Primera Instancia de Grado, al hallarse cadáveres con signos de violencia y evidencias balísticas, lo que sentó un precedente en España pues fue la primera vez que la Justicia tomó las riendas de una investigación de este tipo. Pasados siete meses, el caso se encuentra en sobreseimiento provisional, a falta de un informe forense.

“Yo pregunto, si les pasara a ellos, ¿qué harían? Lo único que quiero es recuperar los restos de mi padre para ponerlos con los de mis hermanos José Ramón y Florentino, de mi abuelo, y cuando muera yo, que estoy cerca de ir para allá, estar todos juntos”, señala Fernández. Tenia sólo seis años cuando en marzo de 1938, meses después de la caída del Frente Norte, mataron a su abuelo materno, José Fernández Menéndez, en la casa familiar de Bayongo. Ocho días después, su padre se entregó ante la amenaza de que iban a matar a sus tres hijos, de ocho, seis y tres años.

La arqueóloga Arantza Margolles y Ramón Miranda, vecino de Grado, en El Rellán, donde este cree que tiene a un tío enterrado. | Sara Arias

“Mi abuelo estaba echando la siesta en casa y llegó una tropa de 200 o 300 falangistas”, recuerda. Salió fuera y un vecino comenzó a darle una paliza con una muleta, golpeándolo en la espalda y la cabeza. Tenía 55 años. “Yo lo que recuerdo es que gritaba y le decía al vecino, ‘para por Dios si yo te tuve en cuello’. Pero no paraba”, recuerda, al tiempo que da un sonoro golpe con el bastón en el suelo. Él estaba en brazos de un falangista que, ante la escena, se puso a llorar: “Pienso que a muchos los obligaban a vestirse de falangistas para no matarlos y en realidad eran de izquierdas”, señala Fernández.

"Lo único que quiero es recuperar los restos de mi padre para ponerlos con los de mis hermanos José Ramón y Florentino, de mi abuelo, y cuando muera yo, que estoy cerca de ir para allá, estar todos juntos”

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Se llevaron al abuelo a la parte de atrás de la casa. Sonaron dos tiros seguidos y un tercero un poco más tarde. “Tenía dos disparos en el corazón y otro en la frente”, rememora. Su madre y sus tías recogieron el cuerpo y, con la ayuda de un grupo de vecinos de la parroquia, a la segunda noche del asesinato, saltaron el muro del cementerio de Bayo, que llevaba tiempo sin sacerdote, y enterraron el cuerpo. Mientras tanto, el padre de Sabino Fernández estaba escondido en la vivienda, en un angosto agujero que cavaron en el escalón de una puerta de cuarterón de la parte de arriba de la casa. “Mi madre nos subía para que mi padre pudiera vernos por una rendija sin imaginar nosotros que pudiera estar allí”.

Después lo trasladaron a Baselgas, a casa de una familia de derechas amiga del abuelo, donde pasó un tiempo que compaginó también escondido en el monte. “Un soldado pasó cerca de mi padre y le dijo: ‘Agáchese, no se mueva, quédese ahí. A la vuelta voy a procurar pasar de nuevo por aquí. Así le salvó la vida en aquel momento’”, comenta Sabino Fernández.

Antes de que su padre se entregase, una familia de San Pelayo de Sienra les propuso ir a Mieres para hablar con unos familiares que eran el jefe de Falange y el alcalde de Mieres. “Mi madre al volver se lo contó a mi padre, que le darían un traje de falangista y a buscar fugaos por el monte. Él le respondió: “¿Voy vestirme de falangista y dedicarme a matar fugaos? A morirse. Prefiero morir”.

Cuando salió de casa para entregarse, tres falangistas lo recibieron pistola en mano y le llevaron por los montes de La Garaba. Un vecino que los vio fue detrás de ellos y contó después a la familia que uno de los falangistas, que era del pueblo, quería matarlo allí, a la altura de La Albera. “Pero no lo permitieron y le ordenaron que se diera la vuelta. Era el mismo individuo que ocho días antes había participado en la muerte de mi abuelo”, detalla Fernández. A su padre lo llevaron hasta Grado, al chalet de Patallo, y esa misma noche salió en un camión con destino a La Chabola, donde fue asesinado: “Quiso más morir que vestirse de falangista y andar matando a nadie”, señala orgulloso su hijo.

La persecución que sufrió la familia de Sabino Fernández no fue por ideología. Eran de izquierdas pero querían quitarles una finca, denominada La Mortera, cerrada sobre sí, aunque no era propia, sino de un amo al que pagaban la renta anualmente, explica, mientras señala con las manos las partes en las que se dividía el terreno, donde tenían siete vacas. Y añade: “Al final, mi padre murió para salvarnos a nosotros”. Habían amenazado con matar a sus tres hijos si no se entregaba.

“Quiso más morir que vestirse de falangista y andar matando a nadie”, señala orgulloso su hijo.

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La vida de la familia no fue fácil. Trabajaron “como esclavos” y pasaron hambre. Pagaban la renta de la tierra con lo que se producía, en total nueve fanegas de escanda, y fueron saliendo adelante con mucho trabajo y esfuerzo. Y en silencio durante los cuarenta años de dictadura, sin hablar mucho de lo que había sucedido, si acaso, en bajo y con cuidado de que nadie les escuchase porque “¿con quién ibas a hablar? ¿Sabías con quién hablabas?”, cuestiona.

Sabino Fernández lleva desde el comienzo de la democracia muy ilusionado ante la posibilidad de recuperar los restos mortales de su padre, pero nunca llega el momento. “Estamos todavía con la esperanza”. Su familia es una más de las 25 que están esperando la decisión del Juzgado de Grado para comenzar con el estudio de pruebas genéticas de los tres cadáveres hallados para determinar su identidad. Y esperan que esta primavera, la asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) inicie la exhumación de más cuerpos enterrados en las fosas del Rellán, las más grandes de las catorce que existen en el concejo.

“Seguimos a la espera de poder retomar los trabajos cuanto antes porque esta gente ya esperó demasiado tiempo y es justo para ellos poder recuperar a sus seres queridos en los casos que sea posible. Tienen una edad y no pueden seguir esperando más”, señala David Fernández, representante de la asociación en Asturias, que ha remitido un informe al Ministerio de Justicia para agilizar la entrega del informe forense.

Fernández dice que le queda poco tiempo para recuperar los restos de su padre. Una ilusión a la que se agarra en los últimos tiempos para darle digna sepultura. El único recuerdo que el octogenario tiene de su padre es cuando éste llegaba de trabajar de la Fábrica de Armas de Trubia “y siempre dejaba en la fiambrera del almuerzo un pinchín para mí y otro para mi hermano mayor”.

Un recuerdo al que lleva agarrándose toda su vida, en la que ha tenido que seguir adelante a pesar del dolor y el impacto emocional que le provocaron los asesinatos de su abuelo y de su padre: “Después del silencio durante muchos años, ahora tenemos que esperar y no termina de llegar... Y a mí me queda poco tiempo”, lamenta.

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