Adiós en Quirós a uno de los últimos canteros

Fallece a los 97 años Aurelio García, el moldeador de un oficio ya en desuso que empezó a practicar desde niño

Aurelio García, a la izquierda, en una imagen antigua de la fototeca del Museo Etnográfico de Quirós.

Aurelio García, a la izquierda, en una imagen antigua de la fototeca del Museo Etnográfico de Quirós. / Roberto F. Osorio

Roberto F. Osorio

Roberto F. Osorio

Ha fallecido a los 97 años uno de los últimos canteros de Quirós, Aurelio García. Llevaba unos años residiendo en Oviedo, habitual del paseo de Los Álamos, donde solía departir lejanas andanzas con amigos de la capital. Historias de lucha y sufrimiento que cobraron vida en las montañas de Quirós, dentro de una familia modesta, junto a sus padres y hermanos. Sus manos fueron su sustento, las herramientas que le permitieron modelar las piedras: calizas, pardas, férricas o cantos rodados para construir muros de fincas y caminos, cuadras y casas en muchos pueblos del concejo.

El trabajo de cantero era un oficio artesanal, con utensilios cuyo vocabulario se pierde: punteros, mazas, zutrones, picas, que iban modelando las piedras extraídas en las canteras lo más cercanas posible a la futura construcción para levantar los dobles muros, un lienzo exterior, uno interior y entre ambos un hueco que iba a ser rellenado con barro y pequeñas piedras.

El barro, amasado, se usaba para asentar las piedras, y el ojo del cantero era básico para buscar la «mejor cara» de las piedras para que su colocación resultase óptima.

La construcción de una cuadra en el monte podía durar meses. En muchas ocasiones los canteros dormían en pajares o en los pueblos más cercanos, evitándose así largos desplazamientos. Manos heridas por las esquirlas de las piedras, magulladas por golpes de mazas eran signos evidentes de este oficio que podía en ocasiones causar pérdidas de visión por el impacto de pequeñas piedras al trabajar los materiales. Era un arte aprendido de generaciones anteriores, comenzando de peón y que precisaba de fuerza, paciencia y buena técnica. Después de la guerra civil solían cobrar doce pesetas diarias de jornal. Después lo subieron a veinticinco. Un vecino de la zona solía decir que «antes, con el valor de una vaca se pagaba la construcción de una cuadra; y con la venta de una cabra, un forno de pan. Ahora que subieron el jornal con una vaca pago solamente el forno de casa». La inflación también existía en aquella época, en los años cuarenta del siglo XX.

Aurelio construyó cuadras, casas y muros en muchos pueblos del concejo. Se quedó viudo pronto, con dos hijos, a los que tuvo que criar, haciendo de padre y madre. Levantaron una casa propia a pico y pala, acarreando piedras calizas desde lugares alejados y todavía tuvo tiempo para ser ganadero y elaborar garabatos de madera que vendía para la recogida de la hierba. Era habitual verle en primavera preparar estas herramientas a la puerta de su casa.

Aquel personaje de sombrero de cuero y bastón ya no frecuentará más los aledaños del Campo San Francisco que tanto transitaba. Sus manos, que tanto trabajaron, al fin descansarán. Era el último superviviente de una fotografía icónica que representaba a varios canteros en el paso a Babia buscando «suministro». Los vecinos de Ricao y otros muchos quirosanos pasaban a las tierras leonesas a cambiar sus productos artesanos de madera (madreñas, xugos, garabatos,…) por alimentos. Era el trueque que durante siglos funcionó a ambos lados de la frontera interprovincial. En esa foto hay tres vecinos con tres animales de carga en el alto del puerto de Ventana. Con la marcha de Aurelio se va uno de los últimos protagonistas de un oficio ya en desuso que hunde sus raíces varios siglos atrás.

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