Urgencias e importancias
Nuestra generación está dejando a las venideras una sociedad cada vez más complicada
"Lo urgente no nos deja tiempo para lo importante" (Quino, el de Mafalda)
Hace unos días me decía un amigo, recién terminadas sus vacaciones, que al día siguiente de incorporarse al trabajo ya se había olvidado de ellas y que estaba otra vez subido al carro de las urgencias y de esas prisas insensatas que cada día nos arrastran más. Y desde la pandemia muchos hemos notado, sobre todo los que trabajamos cara al público, que la cosa va aún a peor.
Esta sociedad apresurada e individualista que hemos creado padece, entre otras enfermedades, la neurosis de la acción; tenemos que hacer muchas cosas y todas lo más rápido posible. Cada vez vamos por la vida más a toda leche: pensamos rápido, comemos rápido, hablamos rápido. Hacemos de lo urgente un modo de vida, y la mayor parte de las veces nos damos cuenta de lo que es importante cuando ya es tarde. No dejamos tiempos para distinguir una cosa de otra. En este concepto la categoría humana se mide por la capacidad para correr; en llegar antes que el otro a lo que sea, por encima y por delante de él. No quiero ser apocalíptico, pero creo que la actual generación estamos dejando a la que sigue un mundo hecho una mierda, con perdón pero así es; una sociedad complicada, difícil, que además no ayuda nada a los jóvenes que aún nos van quedando, aunque ese es otro tema que creo merece ser contado en otra ocasión.
Y las consecuencias de todo ello ahí las tenemos. Ya casi nadie sabe conversar sin discutir; nos sentimos cada día más amenazados por nuestras falsas angustias y nuestras incertidumbres; cada vez necesitamos más pastillas para dormir; a diario redes sociales, radios, televisiones, nos llenan más el alma de residuos y excrementos; estamos talando despreocupadamente los árboles de los antiguos valores sin percibir que son ellos los que impiden los corrimientos de tierras; apenas nos quedan en las almas espacios verdes en los que respirar, en los que vivir de verdad.
¿Dónde estamos dejando los tiempos para estar con nuestras familias, para hablar entre nosotros sin tener una televisión delante contándote lo que alguien quiere que escuches? ¿Dónde los tiempos para charlar sin prisa con un amigo mientras delante se enfría un café o terminamos un vino, y traer los viejos recuerdos, esos que siempre nos provocan una sonrisa? ¿Dónde los tiempos para ese gran espacio verde de la lectura, para ese placer de leer por leer? Y hablo aquí de esos libros "que no sirven para nada", que no "ayudan a triunfar", que se leen solo porque te enriquecen el alma. O simplemente los tiempos para saber estar en silencio con uno mismo. Todos esas cosas son de las que no tienen precio. Ni prisas.
Mirad, recuerdo muchas veces algo que me contó Albino Laruelo, natural de Siero y párroco desde hace ya muchos años de la abadía de Cenero, en Gijón, al que estoy seguro que muchos también conocéis; una gran persona. Una temporada le tocó estar de capellán en el Hospital de Cabueñes; era muy duro aquello, dice, veías muchas cosas.
Y cuenta que hay un lugar común en personas con buena posición económica que cuando ven que su final ya está cerca llaman al cura para confesarse o simplemente para hablar con él; casi todos le decían que de haber sabido eso antes, hubieran dedicado más tiempo a su familia, a sus amigos, a hacer lo que realmente les hubiera gustado hacer, y menos a sus negocios o a sus trabajos. Así lo cuenta.
También recuerdo mucho una frase de un escritor norteamericano, Stephen Covey: "Lo más importante en la vida es que lo más importante sea lo más importante". Qué tontería, ¿verdad? Bueno, pues lo siento, pero tengo ya que dejar de escribir esto porque tengo unas cuantas cosas muy urgentes que hacer ahora. Qué se le va a hacer…
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