A Manolo, alma del "Terín", en cuyo recuerdo escribo estas líneas, y a sus hijos que navegaron en el "Nuevo Terín" siguiendo la buena escuela de su padre, y a mi amigo fallecido Polo, que fue alma, corazón y vida de la Cofradía de la Buena Mesa de la Mar que conoció a los personajes que con tanto acierto describió en su novela Pedro Mario Herrero.

En el abra de Laredo, / cuando más brillaba el sol, / a un saltido de bocarte /

el Terín largó...

La culpa de no pescarlo, / toda la tuvo el patrón, que cuando íbamos largando / le metió mucho a estribor.

"A bordo del Terín" es el título de un precioso relato que mi admirado sierense Pedro Mario Herrero dedicó a los hombres de la mar, tras enrolarse durante catorce días en el Terín, barco tapiego que terminó hundiéndose en las aguas cantábricas y que, la verdad, está escrito tan ameno que no me canso de releer. Conocí a Pedro Mario Herrero presentado por mi padre una noche en Madrid tras rodar, en paisajes que nos son cercanos, la película "Adiós, Cordera" y a punto de comenzar otra sobre el desastre de la guerra de Vietnam donde había ejercido de corresponsal. Y como le parecía que había arriesgado poco, va y se enrola en el Terín para conocer la vida y trabajo de los marineros, realidad que plasmó con certeza en el diario a bordo del pequeño barco de 27 metros de proa a popa y 7 metros escasos de babor a estribor, construido en Cantabria en 1964 y que contaba con una tripulación de 14 hombres más Manolo, el indiscutible patrón de tan carismática embarcación, voceras donde los hubiese y con el corazón paternal que no le cabía en el pecho.

Pedro Mario nos describe minuciosamente en "A bordo del Terín" cómo Serapio el cocinero se avituallaba de mercancías para los días de trabajo y así, guardaba en su despensa 12 mañuzos de rabizas, 140 kilos de pan, 20 kilos de carne fresca, 4 lacones, hojas de tocino, 30 latas de conservas con tomate, pimientos, guisantes, 20 litros de aceite, judías, 10 kilos de chorizos, 200 de patatas, 15 de queso manchego, anchoas, arroz, repollo, etc. Y de bebida, ¡ay, la bebida! Que por alguna obvia razón, al "Terín" lo llamaban en Tapia "La Santa Humedad", apodo que no es de extrañar, porque Pedro Mario anotó por boca del cocinero 200 litros de vino en barricas, pero a Manolo, el patrón, que solamente guardaba secretos para ocultar hacia qué caladero se dirigían para soltar las redes, le comentó al periodista que en realidad disponían en el barco de más de mil litros... ¡por si acaso!

Y con tantas vituallas, ¿qué era lo que los quince tripulantes comían o cenaban diariamente en el barco?

-Estos hombres no quieren pescado, bobo. Ellos carne, venga a pedir carne, todos los días, son muy exigentes... le confesaba Manolo a Pedro Mario. Claro que luego llego a casa y mi mujer, Arcadina, me pregunta qué prefiero para comer o cenar y le digo que mero, mero sin parar, un día y otro?y se enfada, pero es que en el barco solamente comemos carne, debe de ser que el pescado no le gusta al cocinero y mira tú que lo tenemos fresco...

-¿Pero habría variedad de platos?

-Sí, claro, pero siempre con carne...

La cena siempre prevista para las seis de la tarde si el tiempo y la mar lo permitían y Serapio en la pequeña cocina de dos metros y medio y ubicada debajo del esparcel, les preparaba pollo y carne guisada con patatas fritas y al otro día caldo gallego y carne, chorizo y patatas. Otro día cocido de garbanzos pero sin sopa por culpa del temporal?

-¿Un cocidín? Esto es superior, decía el patrón.

Todo les sabía a gloria mientras sujetaban el plato para que no se les escurriese de la mesa y la botella de vino -cada uno la suya- bien sujeta entre las piernas, que ni lo uno ni lo otro sobraban...

Manolo, a quien todos respetaban en todas las faenas excepto en las partidas de cartas a la noche, suspiraba por una cena con algo de pescado, él que lo veía entrar y que no lo probaba, le dijo una mañana al cocinero:

-Tenemos ahí unos pececinos muy curiosos ¿Podemos cenar pescado esta noche?

-¡Claro que sí! -le contestó Serapio-. ¿Qué te parece una sopina, una barbada frita y unos huevos?

Y a Manolo se le alegraban los ojillos desde el timón mientras los demás recogían las redes con cachuchos, merluzas, besugos y más merluzas y más cachuchos, pensando maliciosamente que Serapio, el cocinero, no quería consumir la mercancía capturada para así sumar más el "quiñón", que es la parte económica del reparto que corresponde a cada marinero una vez pasado el pescado por la rula. Pachilán sacaba las huevas de la merluza porque decían que en la capital valían dinero porque las vendían como caviar, pero en Avilés nadie preguntaba por ellas.