Llevamos ya un año con los avatares de esta pandemia y, al margen de los fríos datos estadísticos de desempleo y horror, las cicatrices siguen abiertas a pie de calle. Pasear por Pravia sirve para palpar en forma de cierre, abandono o cese de negocios los efectos directos de la crisis sanitaria, social y económica. No tenemos un aparato que mida el efecto psicológico negativo de esta situación, pero el incremento de consumo y venta de calmantes y ansiolíticos, nos da pistas muy claras.
Me genera una lógica impotencia ver los cristales sucios de un bar o un comercio cerrado en La Arena o San Esteban, con todo su mobiliario triste y parado. Para quitar esta angustia me voy a las vegas y pienso en el futuro en verde, verde kiwi, y me doy cuenta de que este cataclismo ha servido para que miremos la tierra, la agricultura y el medio rural con otros ojos, y que Riberas, Luerces o Quinzanas sean tesoros al alza.