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Todo el ascetismo se reduce a trocar la chuleta de ternera por el salmón y postergar al venerable cerdo por rendir culto a la sabrosa sardina. Benito Pérez Galdós

Mucho han cambiado las normas eclesiásticas y mucho más tendrán que cambiar en lo referente a los ayunos y más en torno a las abstinencias, pues según nuestro particular asesor religioso que nos diferencia lo primero de lo segundo, el ayuno significa el hacer una sola comida al día, mientras la abstinencia se refiere simplemente a la prohibición –lo de simple es un decir- de comer carnes en fechas concretas excepto, claro está, para mujeres embarazadas, mendigos, enfermos y ancianos, hasta que llegó el Papa Pío XII en el año 1949 que fue benévolo con la hasta entonces normativa y redujo la abstinencia a los viernes de Cuaresma, los miércoles de ceniza, el Viernes Santo y la vigilias de la Asunción y Navidad, porque hasta entonces, estos preceptos llegaban a toda la Cuaresma, todos los viernes del año y hasta las Témporas. Menos mal que estaban las Bulas de la carne que, por un módico precio, dispensaban a los feligreses de la abstinencia, así que pagando al cura de la parroquia, creo recordar que no más de cinco pesetas de las de los años cincuenta, quedaba el asunto arreglado y ambas partes contentas, pero de todos modos, del bacalao –plateado señor del Mar Terranova- con garbanzos de las abstinencias salmantinas antiguas que citaba Alvaro Cunqueiro, no nos libraba nadie, y quien lo diría, pasó posteriormente a formar parte imprescindible del menú del Desarme ovetense, claro que no es lo mismo una vez al año que todas las fechas señaladas cuaresmales citadas anteriormente.

La merluza, los besugos las sardinas o los mariscos no figuraban en los arcones que, a modo de alforjas, llevaba el borrico de Consuelo la Quilosa que era la pescadera nativa de Valdesoto que nos suministraba pescado por los pueblos. Años después, y ya estamos en 1966, el Papa Pablo VI abolió las Bulas y con ello los “indultos” como así llamaban a las Bulas de abstinencia.

Dice Mademoiselle Rose en un libro editado por Saturnino Calleja y titulado “100 maneras de preparar los platos de vigilia” que éstos han sido prescritos por todas las religiones, a lo menos en determinados días y no simplemente por motivos dogmáticos o de mortificación, y también aseguraba que, con el tiempo, los médicos han venido después a dar la razón a los sacerdotes y proclaman a porfía la absoluta necesidad de los pescados en la alimentación del cuerpo humano, sobrecargado por el exceso de carnes.

De todos modos, como la picaresca también llegó a los altares, se cita la habilidad forzada por la necesidad de un obispo gastrónomo que bautizó con el nombre de carpa a un pollo bien cebado, o la otra anécdota de aquellos monjes que arrojaban cerdos al río aguas arriba del cenobio, para rescatarlos más abajo tratando de convencerse de que eran “pescados”.

Pero tampoco hay que llegar a estos extremos de los sufridos monjes, ahora dentro de los posibles o más bien imposibles, se ahorran unos euros y aprovechando que bajó considerablemente el precio de la angula, se compran unos hectogramos y dejamos al venerable cerdo como decía Galdós, para mejor ocasión. Una vez más el cerdo lleva las de perder…bueno o las de ganar ¡Quién sabe...!

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