El paraíso siempre estará en La Focella

Enrique Flórez, el único habitante del pueblo tevergano durante todo el año, fallece a los 84 años

Ana Paz Paredes

Ana Paz Paredes

Resulta difícil imaginar La Focella/La Foceicha sin la presencia de Enrique Flórez, que falleció recientemente a los 84 años. "Enrique, el de La Focella" era químico y había trabajado 25 años en la industria textil de Barcelona. Regresó a Oviedo y cuando, hace unos 20 años, descubrió este lugar, lo dejó todo para convertirlo en su hogar: una aldea a 1.000 metros de altura que se quedaba sin sus pocos habitantes con los primeros fríos, siendo el único vecino que residía los 365 días del año. Sin ceder jamás ante las nevadas ni ante una soledad inexistente para él, que ni siquiera lo entendía como un estado de ánimo.

Experto en Micología y plantas medicinales, era también un gran lector y excelente conversador cuando se trataba de hablar del pueblo, de sus gentes, de la naturaleza, de la vida en resumidas cuentas. Esa peculiaridad de vivir solo allí todo el año le convertía cada dos por tres en referencia periodística y, aunque no le gustaba gran cosa verse en los medios de comunicación por ello, lo cierto es que yo fui una de esas personas afortunadas para las que siempre tenía un ratín cuando tocaba escribir sobre algo que al no dejaba de sorprenderle: ser noticia por ser libre, por no tener miedo, por disfrutar de su vida como había elegido, y hacerlo en su querido pueblín tevergano.

En el último artículo que escribí sobre él me contó lo siguiente: "Una noche que había nevado y estaba el cielo estrellado y con una luna espectacular, salí de casa a disfrutarlo. Me fui hacia el lavadero y allí me encontré de frente un lobo enorme, ¡tremendo!. Él se me quedó mirando con aquel par de linternas rojas y yo a él, sin mover un músculo. De repente me volví para atrás para regresar y el animal pegó un brinco tremendo y echo a correr. Tenía él mucho más miedo de mí, que yo de él", decía emocionado.

Recuerdo esas palabras y no puedo menos que imaginar, hoy, su espíritu libre recorriendo sus lugares del alma tal vez en compañía, quien sabe, del lobo de aquel invierno, por ese paraíso que fue siempre, para él, La Focella.

Descansa en paz, Enrique, y en tu paisaje. Y gracias por enseñarnos, ¡a tantos!, a entender. querer y respetar la aldea y la naturaleza. Que la buena caleya te sea eterna.

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