Jorge Fernández Díaz, ganador del premio "Nadal" de novela: "Argentina no está para dar lecciones a nadie"

El escritor bonaerense de origen asturiano presenta en una sala abarrotada "El secreto de Marcial", obra que indaga en el enigma paterno y "zurce ficción y realidad"

Por la izquierda, Melchor Fernández Díaz y Jorge Fernández Díaz.

Por la izquierda, Melchor Fernández Díaz y Jorge Fernández Díaz. / LUISMA MURIAS

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Oviedo

No podía faltar la presencia de la política siendo Fernández Díaz uno de los periodistas argentinos más respetados e influyentes. "Somos un desastre", sentenció sobre Argentina a la hora de describir la situación actual: "Me da mucha bronca cuando viene un argentino a España a decir lo que hay que hacer. Siento no solo vergüenza sino rabia. Nosotros no podemos darle lecciones a nadie porque somos un desastre, somos un laboratorio de errores y estupideces. De infamias. Cuando vean a un argentino dando alguna lección, cambien de canal. En todo caso, a veces servimos para advertir de que este truco ya se hizo. Somos una antología de maldades y estupideces, cuando se quieren aplicar en España se les puede advertir para que tengan cuidado".

Destacó que la Argentina vivió "el reinado del peronismo como populismo de izquierdas que fue nefasto. Tenía la fábrica de billetes. Dinero sin respaldo, empieza la inflación. El argentino es un guerrero contra el sentido común. Se nos persiguió a los periodistas, a los directores de los medios los quisieron meter presos. La democracia no está preparada para una sociedad polarizada, para que haya un grupo de personas que dicen que ‘nosotros somos el bien y estos son el mal, y el bien tiene que gobernar siempre’. Eso acaba llevando a un partido único".

Fernández Díaz: "Argentina no está para dar lecciones a nadie"

Jorge Fernández Díaz, durante la firma de ejemplares. / LUISMA MURIAS

Estuvo en las listas negras. Y para escapar de ese panorama se fue a "un populismo de derechas, nos pasamos tres pueblos y una gasolinera. Lo contrario de una desmesura puede ser otra desmesura en el sentido contrario. Lo contrario de una estupidez puede ser otra. Claro, el último mes sin Milei había 25 puntos de inflación. Toda desmesura es pecado, además, y los chicos cuando iban al colegio se sentían asfixiados, como si estuvieran siempre en el banquillo de los acusados porque la escuela se pasó de rosca, en lugar de igualar al hombre y a la mujer, la mujer siempre tenía razón. Si impones una versión oficial generas una contra reacción bestial. Esos chicos, en lugar de creer en lo que es razonable, como la igualdad de oportunidades, el feminismo o parte de la agenda woke... Lo que no es positivo es que te vuelvas un cancelador... Y los de Milei no creen en el feminismo, son homófobos... Milei salió diciendo que yo era un imbécil, me han tirado con todo. Mira para otro lado, me dice mucha gente, pero no puedo. Tienes autoridad moral cuando haces lo más peligroso de todo que es enfrentarte a tu propia audiencia". "La emigración", razonó, "no puede ser sentimentalizada. Tiene que ser reglada racionalmente, como política de Estado, con frialdad, y es muy positiva".

Dos décadas atrás llegó "Mamá" al Club LA NUEVA ESPAÑA. El escritor Jorge Fernández Díaz presentaba la novela que había convertido a Carmina, la emigrante asturiana a la Argentina, en protagonista de un éxito literario de primera clase. Ayer, el hijo y autor volvía al mismo espacio con el mismo presentador –Melchor Fernández Díaz, exdirector de este diario– pero con un protagonista distinto: su padre. La llegada a Asturias de "El secreto de Marcial", premio Nadal, fue acogida por los asistentes –llenazo absoluto– con una expectación y complicidad que llegó a emocionar al escritor y periodista en una extensa e intensa velada donde se habló de literatura, se habló de periodismo, se habló de cine... y se habló, al final, de la política argentina.

No le queda ancho a la obra el calificativo de maestra, así resumió Fernández Díaz (Melchor) la altura literaria de la novela, y recordó como en su día una emigrante asturiana había hecho llorar a los lectores argentinos con las palabras de su hijo, un "magnífico narrador que domina los recursos del género. Se hace difícil dejar de leerla". Y es que Fernández Díaz (Jorge) sabe cómo atrapar la atención por escrito y también de muy viva voz, más si cabe en esta "tierra mítica que es Asturias para mí y para mi hermana, tantas veces añorada y mencionada en casa".

Público, ayer, en el Club LA NUEVA ESPAÑA. | LUISMA MURIAS

Público, ayer, en el Club LA NUEVA ESPAÑA. / LUISMA MURIAS

No es casual una primera referencia a la familia: la parte asturiana estaba ayer representada por un numeroso grupo de parientes, en algunos casos con los ojos húmedos. Después de elogiar a LA NUEVA ESPAÑA ("un diario impresionante, espectacular, ¡y rentable!, eso significa que hace las cosas bien"), el escritor recordó a aquella "legión de asturianos" que vivían en Buenos Aires, "siempre pensando en la patria que perdieron". En casa escuchaba una mezcla de bable y asturiano "con absoluta normalidad. Pero salía del colegio y se burlaban de mí, me daban palizas. Y entonces apareció Marcial y en el pequeño televisor, la única ventana al mundo donde veíamos películas del Hollywood de los años 40 y 50 proyectaron ‘¡Qué verde era mi valle!’ con mineros galeses parecidos a los de Mieres. Un niño era golpeado y sus padres decían a sus hermanos que le enseñaran a pelear. Mis padres se miraron y al día siguiente me compraron un kimono, me apuntaron a una academia de judo y se acabó el acoso. John Ford me salvó la vida".

John Ford y Marcial, quien, a falta de conocimientos sobre cómo comunicarse con un hijo, como tantos padres obligados a ser duro y prescindir de la emocionalidad, echaba mano del cine. "Mi madre, matriarca típica de Asturias, iba desplazando a Marcial y él se hizo más lacónico, prefería tener una vida aparte".

En "Mamá·" no aparecía la muerte de Carmina: "Quería un final elegante, como el de Bette Davis en ‘Amarga victoria’. Murió de manera indigna. El Alzhéimer. Ella quería irse como en la frase del libro, ‘diles que soy feliz, lástima que soy vieja’. Con ella saldé todas las deudas. Me lo enseñó todo".

Con Marcial fue distinto. "Hace diez años empezó a perseguirme el fantasma literario. Cuando murió, mucha gente lloraba en el cementerio a la par que nosotros. Y un día se me acercó un camarero en un bar, el patrón quería verme. Había sido presidente del Centro Asturiano de Buenos Aires y me dijo que con la crisis muchos asturianos se habían dado de baja, y que dio a mi padre una lista, y caminaba durante horas para tratar de convencer a los viejos gladiadores de la emigración para que volvieran. La tasa de regreso fue inmensa".

¿Quién era Marcial? No podía entrevistarlo como a Carmina ni hablar con sus amigos, ya muertos. Y ahí entró en escena el cine, "lo único que teníamos en común". Gracias a tantas películas descubrió que se puede ser infiel y buena persona ("Breve encuentro") o que ir a la guerra en un ataque de fervor patriótico no es una buena idea ("Los mejores años de nuestra vida"). Y es que su novela "es una película porque se vive un mundo de película". Páginas que "zurcen ficción y realidad".

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