Opinión

Indigno de ser humano: a los monstruos no mirar

Durante el insólito apagón del pasado lunes, encontré la excusa perfecta para retomar el libro que estuve leyendo estos meses hasta darlo por finalizado ese mismo día. Hablo de Indigno de ser humano, por Osamu Dazai (1909, Japón).

Esta obra finge ser ficción, se trata de una biografía con doble fondo. El autor narra su propia historia a través de Yozo, el protagonista, que sirve de señuelo o marioneta para recrear una vida llena de vergüenza. Se esconde tras su personaje para confesar procesos y pensamientos completamente amorales. Le utiliza a modo de máscara imaginaria. Vengo a contarles que, después de unos días con una extraña sensación de ternura y familiaridad, he llegado a la conclusión de que, entre estas líneas no se ocultó un cobarde, sino un niño profundamente asustado.

Les seré sincera, disfruté terriblemente de estos textos por la siguiente razón: No soporto a Yozo. Me llevé las manos a la cabeza con cada desastrosa decisión, y su actitud victimista y autocompadeciente me hizo resoplar más de una vez. Me daba la impresión de que era una verdadera mala persona. He aquí la cuestión: Lo es. Nuestro protagonista es una “mala persona” en su máxima expresión, es un humano incapaz de comportarse como tal. Yozo, horrorizado con las crípticas expectativas y extenuantes estrategias sociales que el simple hecho de estar vivo requiere, se “suicida en vida” condenándose a sí mismo al ostracismo, acomodándose en el patetismo, príncipe de “la porquería”. Esta obra está contada desde una única perspectiva, la propia, con toda la soledad que eso implica.

No por parecerse al grito de un cerdo en el matadero deja de ser una voz humana. Una que, precisamente, pone en palabras el sufrimiento de aquellos que son, fueron y serán marginados.

Tracking Pixel Contents