Crecer y la paradoja del barco de Teseo

Una revisión al paso del tiempo

Paula Expósito

Paula Expósito

El sendero que va desde la niñez hacia la edad adulta es una fina línea entre el progreso y la traición. El tiempo erosiona discretamente las ideas y los valores, sustituyéndolos por otros que responden a la realidad presente.

He vuelto a echarle un vistazo a mis cómics antiguos después de muchos años. Sin duda, en mi estantería destaca especialmente una saga romántica que comencé a coleccionar siendo preadolescente. En ella, se desarrollan los enredos y amoríos de un grupo de amigos de bachillerato hasta su entrada a la universidad. Recuerdo conversar apasionadamente con mi amiga todo aquello que nos había impactado en cada nueva entrega. Fantasear acerca de las personas que seríamos cuando tuviésemos la libertad de ser, y criticar duramente todo lo que considerábamos moralmente incorrecto. La inocencia tiene unas convicciones admirablemente firmes y lógicas. Esto se debe a la ausencia de conflicto.

Muchas cosas han cambiado desde entonces: nos hemos sorprendido a nosotros mismos cometiendo todos los errores posibles, enfrentando adversidades que nunca hubiésemos imaginado, y enorgulleciéndonos o decepcionándonos con nuestra forma de gestionarlos. Descubriendo nuevas sensaciones y atravesando estados de ánimo desconocidos. La relación entre la persona que soñábamos ser y la que somos puede ser una constante conversación, o un eterno olvido.

Cuando venimos al mundo, lo primero que aprendemos son los valores universales sobre los que deberíamos enraizarnos para llevar una vida en armonía con uno mismo y con los demás. Lo siguiente, es el concilio entre estos valores y las complejas dinámicas sociales. Pero finalmente, en la adultez, tras germinar nuestros propios intereses ¿qué hemos podido rescatar del niño que fuimos? ¿Qué permanece intacto y qué se ha perdido? ¿De qué ideas hemos prescindido para llegar a ser quienes somos? ¿Con qué las hemos sustituido?

 

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