Es de bien querido ser agradecido: El papel que desempeña el agradecimiento en el amor romántico

Paula Expósito

Paula Expósito

La prueba de autenticidad que determina si un amor es verdadero, se encuentra en el sentimiento de gratitud profundo y sangrante. No hablo de una gratitud material, no la confundamos con la picardía de preservar una relación “comercio-afectiva”. Se trata de aquella que despierta ternura porque solo puede haber nacido de lo recíproco, de lo consciente. Es un estado maduro y delicioso del amor por el que no solo se transita, no experimentamos de forma individual, sino que entendemos plenamente que nuestro ser amado es, por encima de todo, ser sintiente. ¿Quién es esta persona? ¿Qué expectativas tiene sobre sí misma? ¿Qué sueña, anhela o teme? ¿Qué le duele? ¿Qué le importa? ¿Cuáles son sus ideas sobre todo aquello que nada tiene que ver con el amor? ¿Cómo ha ido su día cuando no estábamos juntos? El ideal con el que solíamos definir al otro se desvanece y descubrimos al humano oculto tras la cáscara de oro. Conocemos bien el acto de amar cuando es ruidoso, cuando dice y hace, pero hay algo tremendamente conmovedor en el querer observador que intuye, que ve y valora todo lo que la otra persona siente, sacrifica y cede por nosotros a cambio de nuestra felicidad. El frágil bucle del afecto. Por ello, el amor real solo puede ser mutuo y la complicidad es una consecuencia inevitable. Es entonces cuando romanticismo y familia comienzan a ser sinónimos. La obsesión, la química, la atracción e incluso la pasión son puras quimeras: el amor es la empatía ardiente. La disciplina en el arte de la fidelidad y el perdón.

 

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