El monstruo femenino y su corporalidad

Paula Expósito

Paula Expósito

La mitología grecolatina está repleta de monstruos femeninos. Numerosos relatos griegos narran épicos enfrentamientos de héroes trágicos contra terroríficas entidades femíneas. A finales del siglo XVIII, comienza a desarrollarse el género moderno de terror, que pone su foco en criaturas masculinas (vampiros, hombres lobo y asesinos), no siendo hasta el siglo XIX cuando la villana vuelve a tomar importancia.

Mary Shelley introdujo un concepto adelantado a su época en Frankenstein (1818) al explorar la capacidad reproductiva de la mujer como agente amenazante, mencionando cómo el protagonista nunca completa la versión femenina del monstruo por miedo a su potencial exterminador. Esta idea es rescatada en nuestro tiempo con personajes como el xenomorfo de Alien: el octavo pasajero (1979) y Amnion de Silent Hill (1999), que utilizan el embarazo como elemento de horror corporal, y la reproducción como estrategia ofensiva, como ocurre también en la película La Sustancia (2024) interpretada por Demi Moore. La razón por la que esta lectura causa tanto rechazo en el espectador, es porque lo relaciona con algo que debería ser puro y frágil... corrompido. Es decir, genera una disonancia cognitiva que infunde aprensión e incomodidad en el espectador. Las enfermeras zombis y los cadáveres con medias de rejilla que reptan por el suelo en Silent Hill 2 (2001) representan la culpa, la aversión y el profundo temor que siente el protagonista hacia sus propios impulsos. Este recurso mezcla erotismo y asquerosidad para provocar una sensación de perversión, suciedad y patetismo.

Rescatando la célebre obra Ricardo III escrita por Shakespeare alrededor de 1592, conoceremos una modalidad de personaje que, aun siendo humano, somatiza una cualidad psicológica extrema, ya sea maldad, sufrimiento o deseo, deformando su apariencia. En mi opinión, este concepto resulta muy interesante para la creación de personajes femeninos y, si consiguiéramos deconstruir la expectativa estética, podríamos explotarlo muchísimo más.

El cuerpo femenino siempre se ha representado desde una óptica idealizada, pero es una fuente de experimentación artística y posibilidades simbólicas inimaginables.

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