Mieres del Camino,

Miguel Á. GUTIÉRREZ

Es mediodía en el campus de Barredo. En un laboratorio del departamento de Geología, Alejandro Gancedo Toral repasa en soledad y con meticulosa devoción el funcionamiento de un aparato para ensayar resistencias de suelos. No es el pasatiempo más común para un prejubilado de Hunosa, pero tiene su explicación. Gancedo ha consagrado desde hace años buena parte de su tiempo a la vida académica. Su exitoso paso por las aulas se ha traducido en dos titulaciones -Ingeniería Técnica de Minas e Ingeniería Geológica- y en dos premios universitarios: uno por su expediente (que obtuvo una nota media de un 8) y otro por su proyecto de fin de carrera, calificado con matrícula de honor.

Este vecino de Mieres entró en Hunosa en 1982, como ayudante minero en el pozo Polio. La formación académica de Gancedo, que jugó durante cuatro años al hockey en el Club Patín Kiber, incluía por aquel entonces el Graduado Escolar, un curso de Bachillerato y dos años de Delineación por FP. Pasó una década hasta que decidió retomar los estudios para mejorar su posición laboral y salarial. «Lo llevaba meditando un tiempo y me decidí a presentarme a las pruebas de acceso a la Universidad porque quería dar un salto en el trabajo», relata. Gancedo suspendió la prueba, pero no se desanimó. Al año siguiente, volvió a intentarlo y superó el examen.

La primera opción de este prejubilado mierense fue estudiar Fisioterapia, pero no llegaba a la nota de corte. Descartadas la titulaciones de Humanidades por su escasa salida laboral, se decidió por matricularse en Ingeniería Técnica de Minas, aunque antes tuvo que vencer algunas reticencias. «Yo nunca había sido muy bueno en Matemáticas y no tenía formación de Bachiller. Además, en mi barrio, de aquella, se veía a los ingenieros casi como semidioses», apunta.

A Gancedo, que llevaba 10 años bajando a la mina sin que se le acelerase el pulso, le invadió el miedo escénico cuando se enfrentó al folio en blanco del primer examen de la carrera: «Tenía un pánico terrible a suspender porque esa prueba podía condicionar un poco todo lo que iba a venir después. Afortunadamente, aprobé». Este mierense inició sus estudios universitarios en 1993, con 33 años. Durante un lustro compaginó la mina y el aula en intensas jornadas que se hacían maratonianas cuando llegaba la época de exámenes.

El ex minero empleaba el poco tiempo libre que le quedaba para estar con la familia, echar una partida al mus y escuchar relajadamente un disco de «Génesis» o «Pink Floyd». Además, como si con los estudios de Minas no tuviera suficiente, solía colarse en algún que otro curso del Inem sobre electricidad para completar su formación, «siempre que hubiera plazas libres y no fastidiara a nadie», recalca.

Accidente

En 1998, cuando sólo le quedaban cinco asignaturas para concluir la carrera, Gancedo también tuvo que aprender a escribir de nuevo. Un accidente de tráfico le seccionó un nervio y le paralizó el antebrazo derecho, por lo que tuvo que empezar a realizar tareas cotidianas como escribir con la mano contraria. Gracias a un arduo proceso de recuperación y a los cuidados paliativos, el prejubilado mierense, que en la actualidad tiene 44 años, ha conseguido recobrar buena parte de la sensibilidad y la movilidad en la mano derecha.

En 2002, tres años después de finalizar Minas y de mejorar su categoría en la empresa (además de Polio, pasó por Candín y María Luisa), Gancedo decidió matricularse en Ingeniería Geológica, la única titulación superior que se imparte en Barredo. En estos últimos años, fue compañero de Universidad de su hijo Guzmán mientras éste estudiaba ingeniero técnico de minas. «No me podía ocultar las notas porque yo también tenía que consultar los tablones donde estaban expuestas. Tampoco colaba lo de que el profesor le tenía manía porque yo los conocía a todos», concluye con humor el ex minero.