Pola de Lena, J. E. M.

Se cumplieron las mejores expectativas. Casi un centenar de personas se dieron cita en el Hotel de Asociaciones de Pola de Lena para asistir a la presentación del «Diccionario etimológico de toponimia asturiana» de Julio Concepción, profesor de Literatura que, como bien señaló el alcalde, Ramón Argüelles, es «el autor local más prolífico». Intensa, viva y entrañable. Así resultó la puesta de largo de la obra, auspiciada por el Club LA NUEVA ESPAÑA, en el concejo del que es natural y en el que reside Concepción. El trabajo recoge la explicación etimológica de más de treinta mil topónimos asturianos, cifra a la que sólo se llegó después de que Concepción tuviera que someter a una criba sus trabajos de campo, una poda forzada por razones de imprenta para que el libro no tuviera más de 1.300 páginas.

El trabajo de Julio Concepción está llamado a convertirse en referencia para investigadores y curiosos de todo tipo, desde arqueólogos y topógrafos hasta simples aficionados a la historia o ciudadanos que quieran conocer un poco más su pasado a través de los topónimos. «La historia está escrita en el nombre de nuestros pueblos, otra cosa es descubrirla», aseguró Julio Concepción, que en varias ocasiones se refirió a una especie de interés impuesto por los sectores dominantes para dificultar el acceso al conocimiento de los ciudadanos. «Ocurre, como decía Baroja en "El árbol de la ciencia", que estudiar y saber resulta peligroso, por eso muchas veces se desprecia la sabiduría popular», subrayó Concepción. Concretando más en su trabajo, afirmó que «el lenguaje del suelo habla de nosotros y muchas veces no lo escuchamos o permitimos que en un día se eliminen seis mil años de historia». Concepción puso ejemplos cercanos. Citó un depósito de estériles que en su día se creó cerca de Malveo, en Lena, Tsena, como prefiere él. «Hubo que retirar el escombro después porque el terreno era inestable, si hubieran hecho caso a los paisanos, que de mano les dijeron que aquella zona se llamaba La Argalliza, lo que denota su condición arcillosa y su tendencia a los desprendimientos, no habrían cometido ese error que al final supuso colocar miles de toneladas de estériles en una zona para luego trasladarlas a otro lugar y un gasto innecesario de miles de euros para los contribuyentes», explicó Concepción traduciendo, con criterios economicistas, la etimología de los topónimos a euros, lenguaje universal por excelencia en la actualidad.

Defensor del empirismo sobre la hermenéutica, aunque sin abandonar totalmente ésta, Concepción defiende la sabiduría popular y el habla «de la xente» por encima de otros criterios. No en vano ha acometido más de mil entrevistas en recónditos pueblos asturianos para sacar adelante su obra. Ramón Argüelles le comparó con Labordeta «porque vas a cualquier pueblo y siempre te dicen: estuvo Xulio por aquí». «La diferencia -añadió Argüelles- es que tú vas a los pueblos a trabayar y Labordeta a fartase». Como si esta experiencia sobre el terreno hubiera alimentado aún más el compromiso en el autor, Julio Concepción no evitó la polémica y criticó duramente y en varias ocasiones la forma en la que se acometen las grandes obras de infraestructuras hoy en día. El profesor dejó claro que no es uno de aquellos habitantes de «La aldea perdida» de Palacio Valdés, que se oponían al progreso, trasladado al siglo XXI. Así, señaló: «En nuestros nombres está la cultura, si los destruimos, destruimos nuestro pasado. Después de la Variante, el Huerna nunca volverá a ser lo mismo. No estoy en contra de que se hagan las cosas, ni en contra del progreso, sólo digo que antes de acometer un proyecto hay que investigar y luego respetar el entorno. Hay lugares que se llaman La Fuente y que van a quedar sin agua para siempre. En los nombres de los pueblos está escrita la vida. Los bosques, los animales... todo da nombre a nuestros pueblos, pero ahora se acaban». Tras su alegato ecologista, Concepción no dudó en felicitar al Ayuntamiento por la puesta en marcha del Foro de Medio Ambiente.

Concepción, que agradeció la ayuda «que le prestaron personas como Argimiro el de Sotiello o Juan Carreño, el de La Barraca, entre otros», repasó la etimología de algunos topónimos. «Algunos tienen seis mil millones de años, otros son de ayer, como la Variante o la Estación. Los Corros, La Corrona, El Castichu o Curriechos nos hablan de corras celtas; unos, como El Sotón, nos indican que ahí hubo un bosque; Bárcena, como Barcelona, es zona de agua», relató, para adentrarse en topónimos con orígenes de la India o «de la riqueza democrática de nuestras pasadas sociedades rurales». «Aquello sí era democracia, el que valía era nombrado por el pueblo para dirigir, se trabajaba a sextaferia, las labores de pastoreo eran comunitarias, había fincas que el pueblo cedía como dote a los nuevos matrimonios, de esa vida social tan rica nos hablan nombres como Les Cuadrielles, La Vecera, La Esquisa o Las Comuñas».

Tras la intervención de Julio Concepción, al que habían precedido Ramón Argüelles y César Inclán, de KRK, la editorial que publica el libro, se abrió un ameno turno de preguntas que no estuvo exento de intensidad. Una de las preguntas versó sobre el topónimo de Lena. Concepción se manifestó favorable a que predomine la forma de hablar de la gente y defiende el topónimo «Tsena», aunque reconoció que el nombre de Lena es bastante más antiguo, «procede del indoeuropeo». También enunció nombres que indican que en algunos períodos históricos Aller comenzó en Morcín y que en otros Lena hacía lo propio en el Padrún. Explicó que Ujo viene de puerta, «ya que, en tiempos de los romanos, las rutas de la Meseta llegaban por los altos hasta esta localidad, que era la que daba entrada al valle», y que los topónimos indican, por ejemplo, que en Lena había hasta cuatro variantes del Camino de Santiago, «había incluso rutas de verano y de invierno, unas con más sombra, otras con más sol».

El numeroso público que asistió al acto disfrutó con la charla durante más de hora y media. Entre los asistentes, alumnos y ex alumnos de Concepción en el Instituto Benedicto Nieto, «algo que -en palabras del profesor- siempre es de agradecer».