Difícilmente seremos capaces de enfrentarnos al problema del desempleo en las Cuencas, si continuamos sin un entramado económico consistente capaz de generar y mantener puestos de trabajo. De hecho, a pesar de perder población y de que la que aún resiste envejezca -en consecuencia, más jubilados-, las cifras de paro se mantienen altas. O sea, que aun habiendo menos gente en edad de trabajar, los parados aumentaron. Como ven, el asunto pinta feo.

Ya lo hemos hablado en varias ocasiones: poco vamos a conseguir sin una planificación lógica y realista. El actual régimen hipersubvencionado, que únicamente se sostiene gracias al dinero público, tiene una razón de ser concreta y una validez temporal. Pero me temo que aquí estamos dispuestos a perpetuarlo, a pesar de que la experiencia nos dice que es un error.

Por otra parte, no me parece acertado que los ayuntamientos estén asumiendo la obligación de crear empleo, como si no tuvieran ya suficiente tarea por delante, pese a la escasez de recursos. Cada uno a lo suyo. Para algo tenemos una Consejería y un Ministerio de Trabajo.

Y no podemos dejar de lado la alarmante falta de cualificación de nuestros aspirantes a trabajadores. De poco nos sirve que logremos atraer nuevas empresas, si resulta que a la hora de completar sus plantillas no encuentran candidatos formados en las Cuencas. Mal negocio. Porque se está produciendo una situación ciertamente preocupante: por una parte, los jóvenes mejor preparados están emigrando atraídos por condiciones laborales y perspectivas profesionales mejores, y por la otra, los que se quedan en las Cuencas no tienen la cualificación requerida por las nuevas empresas. Es la pescadilla que se muerde la cola.

Además de la necesidad de planificación, se podría ser un poco más exigente en las reglas impuestas a las firmas radicadas en nuestra tierra gracias a las subvenciones. Por ejemplo, las condiciones laborales deberían ser competitivas, de modo que la gente no se vea obligada a marcharse.

No hay derecho a pretender contratar personal titulado a cambio de cuatro perras y una permanente temporalidad. Y también es urgente establecer un porcentaje máximo de enchufados, de modo que sea posible que alguien que no pertenezca al «régimen clientelar» tenga alguna posibilidad de encontrar empleo en las Cuencas. Porque los nenos y la parentela de la jerarquía cuenquil están colocadinos estupendamente.

Así no vamos -al menos, los no enchufados- a ninguna parte. Y por eso los más válidos no tienen más remedio que hacer la maletina y pasar a engrosar la lista de asturianos abducidos por la leyenda urbana de Areces, que aquel día perdió una formidable ocasión de quedarse calladito.