Cuantos análisis se han hecho sobre la situación de las Cuencas apuntan a que son el empleo y el azote amenazador de su progresiva despoblación los principales problemas que deben abordarse con urgencia. Esta realidad exige, como principal reto, determinar la prioridad de las iniciativas que deben aplicarse para revertirla, ya que para garantizar la eficacia de cualquier medida que se aplique resulta determinante el marco en el que ésta se adopte. Yo apuesto por el marco general de la negociación y el acuerdo como fortalezas que han sido señas de identidad de estos territorios, y ahora, más que nunca, urge recuperar esa cultura del diálogo para construir nuestro futuro. Es preciso sumar todas las voluntades y aunar esfuerzos para impulsar un gran pacto por el futuro de las cuencas mineras, antesala que permita valorar los compromisos que los partidos políticos defienden para el desarrollo de estos territorios en beneficio de Asturias. Y en este terreno los intereses generales han de prevalecer sobre las estrategias parciales.

Frente a la tentación del pesimismo, para el que es evidente que existen motivos, resulta más conveniente apoyarse en los indicios que nos permiten ser optimistas, que también los hay. Iniciativas como la ciudad tecnológica de Valnalón, considerada como un ejemplo de formación emprendedora por parte de la Comisión Europea, constituyen una esperanza de futuro, al igual que las firmas que se han instalado en los últimos años en unas comarcas que han venido cargando con el estigma de «difíciles» para el sector empresarial. Compañías como Thyssen, pionera desde finales de los ochenta, y otras más recientes, como Informática El Corte Inglés, la consultora Capgemini, Alas Aluminium, Venturo y Rioglass, son un ejemplo claro de esta apuesta que pudiera tener en el futuro un efecto arrastre para que otras multinacionales del sector decidan invertir aquí. Y todo ello sin, por supuesto, olvidarnos de otras muchas pequeñas y medianas empresas que son garantía de estabilidad para estos territorios. Es cierto que las ayudas económicas que hemos recibido se han traducido en una incipiente diversificación económica, más oportunidades educativas y de formación, una notoria recuperación medioambiental y una mejora de la calidad de vida. Pero no han logrado frenar el declive. Y si hay un sector de la población que lo percibe de forma nítida, ése es el de los jóvenes que en ocasiones se ven abocados a buscar fuera el futuro que aquí no encuentran. De persistir tal situación, el relevo generacional no estaría garantizado. Las crisis castigan a los ciudadanos, que nadie se confunda, y los agentes sociales y las instituciones tienen capacidad para recomponer su credibilidad y deterioro ante esos jóvenes, trabajando por salvaguardar los intereses de los trabajadores y ciudadanos a los que representan. Nos queda comprobar quién toma la iniciativa y quiénes asumen el papel de meros observadores, mientras el paso del tiempo es nuestro peor enemigo.