Estaba yo el otro día más aburrido que Bin Laden en una convención de jóvenes cristianos, apretando los botones del mando al azar cuando aterricé en el planeta basura, perdón, Tele 5, y concretamente en la selección, no me da la gana de decir casting -porque los castings son para cosas serías-, de la nueva entrega de «Operación Triunfo»; se trataba, realmente, de la exhibición de una colección de monstruos que berreaban lo que podían y sabían ante un jurado de supuestos expertos que disfrutaban descojonándose de ellos; no pude aguantar más y me lancé a por el Diccionario a buscar la definición exacta de «masoquismo».

No voy a preguntar si a ninguno de los aspirantes o concursantes se les ha ocurrido, alguna vez, espetarles a los profesores la pregunta lógica: «¿Si sois tan listos y tanto sabéis, qué coño hacéis enseñando en lugar de triunfar como cantantes?»; ya todos sabemos eso de que «quien sabe hacer algo lo hace y quien no, lo enseña», y en el mundo del espectáculo eso es aún más real, sólo hay que mirar al mundo de academias de baile, interpretación, canto y demásÉ pero, bueno, suponer un razonamiento así en los concursantes equivale a otorgarles inteligencia, y si la tuviesen puesÉ no estarían en aquella infame cola, oprobio para la humanidad y negación incontestable de que Darwin se equivocaba y la humanidad no evoluciona, sino que involuciona.

Aun con la definición de «masoquismo» en la mano no logro comprender qué es lo que empuja a seres humanos, en apariencia normales, no había ninguno verde, ni a rayas, ni con tres ojos, ni con ninguna lesión cerebral visibleÉ a ignorar por completo sus escasas dotes musicales, a creer que por un momento pueden vivir de la música -incluso había uno que muy orgulloso confesaba que apenas veía a su hija porque prefería llegar a cantante para poder darle una buena vida ¡Ay, dios, y que la castración sea ilegal!- y, sobre todo, a olvidar la más mínimas autoestima y dejarse arrastrar por la mierda haciendo el mayor de los ridículos para ¿qué? Para nada porque la mayoríaÉ

Me acuerdo, ahora, de un gag de «La hora chanante» -¡esos si que tienen talento!- en que imitando a Francis F. Coppola, el director de cine, acababan dando un consejo a los jóvenes que querían ser directores y era que no lo intentaran, que costaba mucho dinero, que se quedaran en casa, ya que la mitad no lo iban a conseguir nunca y la otra mitad iban a hacer mierdas.

Suscribo totalmente las palabras del clon de Coppola; triunfitos del mundo y aspirantes a triunfitos, no salgáis de casa, no gastéis el dinero de papi y mami o lo poco que ganáis trabajando en la peluquería, en la hamburguesería, en el buzoneo o en la notaría para pagaros el viaje y la estancia del día de la selección, lo único que conseguiréis será: que una tía que en lugar de medula espinal tiene una escoba, un friki que se descojona hasta de su reflejo y un aspirante a intelectual de Quinta Avenida os humillen y se rían de vosotros, además si tenéis la mala suerte de que os capten las cámaras seréis los payasos de España y encima si eso no es bastante y entráis en la academia seréis cómplices de Melendi, Belo, Bisbal -y sus dobles- Chenoa, «El Canto del Loco», «La Oreja de Van Gogh», BustamanteÉ y demás carroña, ¡Sí! Seréis cómplices del peor crimen imaginable: el asesinato alevoso del arte más sublime: la música. Así que si no os da la gana de quereros a vosotros mismos, por lo menos amad a la música y quedaos en casa sentaditos.