Antes nuestros jóvenes estudiaban que en la historia de España se había vivido un Siglo de Oro; ahora ya se cuestiona ese término, que, en realidad, hacía referencia a la segunda mitad del XVI y a la primera de XVII, pero no puede ignorarse que en aquel momento, con sus luces y sus sombras, floreció la cultura y nuestras conquistas se extendieron por todo el mundo. Cuando se celebró en 1992 el quinto centenario del descubrimiento de América hubo quien estuvo empeñado en que los españoles deberíamos pedir disculpas por las matanzas de indios y los excesos que cometieron los conquistadores.

-Sus antepasados no respetaron nada, decían desde Nicaragua y Venezuela.

-No, mire, mis antepasados no se movieron de aquí. Los que sí lo hicieron fueron los suyos, de los que usted hereda ahora apellidos tan hispanos como Ortega o Chávez.

En fin, volviendo a aquella época de aventuras, uno de los aspectos que no se descuidaban en las expediciones era el diseño de planos y cartas marinas, que debían recoger fielmente cómo eran aquellas tierras que los europeos veían por vez primera; quienes se encargaban de ello eran los cosmógrafos oficiales de las dos coronas peninsulares, basándose en los datos que les proporcionaban los navegantes. En 1562 se elaboró uno de esos mapas que representan -en medio de fantásticos dibujos de animales exóticos y seres fantásticos, sirenas, caníbales o gigantes- la costa este de América del Norte, América Central y del Sur en su totalidad y porciones de las costas occidentales de Europa y África.

El documento, firmado por el cartógrafo español Diego Gutiérrez y el grabador flamenco Jerónimo Cock, tiene seis hojas cuidadosamente unidas para formar un dibujo que mide casi un metro cuadrado, y hoy sólo se guardan dos copias originales que constituyen un verdadero tesoro: una está en la Biblioteca del Congreso de Washington, y la otra, en la British Library de Londres. Pues bien, en el mapa -que, por cierto, fue hasta mediados del siglo XVIII el que representaba a mayor escala el territorio americano- se encuentra una de las primeras referencias al extremo sur de Baja California, la Florida y el punto más sureste de los Estados Unidos.

Y ahora, si se preguntan qué tiene que ver el grabado con la historia de nuestras Cuencas, deben saber que esta joya de la geografía nunca se podría haber hecho sin la ayuda de un lenense, Gonzalo Bayón, piloto mayor de la expedición que Felipe II encargó a Luis de Velasco, su virrey en México, para que colonizase las tierras y costas atlánticas que van desde el canal de las Bahamas hasta lo que hoy es el Estado de Virginia en EE UU.

Gonzalo, el navegante nacido en las Cuencas, había obtenido el título de piloto en la Casa de Contratación de Sevilla alrededor de 1546. Esta institución fue fundamental para la aventura americana, y entre sus funciones estaba la de facilitar técnicos para la conquista. Uno de los imprescindibles en cualquier flota era el cargo de piloto mayor, que se proveía mediante oposición y tenía la labor de examinar e inspeccionar la marcha de la navegación, los instrumentos de a bordo y las cartas de marear a los cosmógrafos de las expediciones.

La que el rey encargó a Luis de Velasco consistía en guiar una gran flota a las costas de Florida para colonizarlas. Siguiendo el procedimiento habitual, primero se mandó una nave de inspección para que abriese camino; en ella iban Juan de Rentería, como capitán, y Gonzalo Bayón, como piloto mayor y, según parece, el viaje fue un éxito, ya que en su transcurso se descubrió la bahía de Pensacola, que los dos pioneros propusieron para establecer el asentamiento.

Así se hizo, y el 13 de julio de 1559 la armada capitaneada por Tristán de Luna llevando de nuevo a Gonzalo Bayón como piloto mayor partió de Veracruz con trece barcos, en los que se acomodaban 500 soldados, 1.000 colonos, algunos indios, 240 caballos y las provisiones correspondientes. Llegaron bien a Pensacola, pero el hombre propone y la tempestad dispone, de manera que cuando ya estaban atracados en la bahía un huracán se cebó sobre las naves destrozándolo todo. Los expedicionarios se vieron obligados a buscar auxilio y alimento en los poblados del interior, mientras que Gonzalo se encargaba de volver a México para comunicar el desastre, llevando, de paso, a lugar seguro a algunos religiosos y a otros notables que se habían asustado por el cariz que estaba tomando el asunto.

El asturiano cumplió aquella misión y más tarde retornó a la Florida en varias ocasiones: en marzo de 1561 lo hizo para devolver a los colonos y los soldados que habían quedado en Pensacola hasta La Habana. El capitán era entonces Ángel de Villafañe y, dos meses más tarde, ambos volvieron a repetir la operación en sentido inverso, llevando gente nueva a la actual Carolina del Sur, viaje que Gonzalo Bayón aprovechó para recorrer gran parte de la costa atlántica de los actuales EE UU.

En este periplo llegaron hasta lo que hoy es el Estado de Virginia, convirtiéndose en los primeros europeos que visitaron la gran bahía de Chesapeake, donde intentaron fundar la nueva colonia en una orilla del río Jordán, pero, ante un nuevo fracaso, acabaron renunciando para siempre a este territorio, que acabaría siendo inglés cuarenta y seis años después. Sabemos que luego el piloto lenense estuvo unos meses en España y que a la vuelta a Cuba el gobernador Diego Mazariego -teniendo noticia de su experiencia, que le convertía en aquel momento en el mayor conocedor de las tierras y costas de la Florida- le retuvo en la isla mientras preparaba otra misión de importancia.

Una vez más, los acontecimientos se precipitaron: esta vez fue el desembarco de un contingente de hugonotes franceses mandados por el capitán Jean Ribault en las tierras de Florida, que los españoles consideraban suyas. Así, en febrero de 1562 los galos levantaron un fuerte, que llamaron Charlesfort, en un islote y dejaron en él una guarnición de 26 hombres en espera de nuevos refuerzos que solicitaron a su patria, pero otra vez el clima y lo inhóspito de la zona echaron abajo el proyecto, obligándoles también a ellos a abandonar.

De todas formas, la afrenta ya estaba hecha, y su Cesárea Majestad -como se llamaba entonces a Felipe II- ordenó al gobernador de Cuba que enviase un navío hasta el campamento francés para demolerlo y destruir los dos mojones con el escudo de su rey que el capitán Ribault había colocado en la Florida.

Allí marchó de nuevo Gonzalo Bayón, acompañando esta vez a Diego Mazariego y a treinta soldados, y en mayo de 1564 cumplió lo encomendado, localizando cerca de lo que hoy es Palm Beach uno de aquellos hitos que aún estaban en pie, y, de paso, como siempre hacía, exploró también el territorio circundante: en esta ocasión, la costa de Carolina del Sur, donde sondeó catorce puertos y numerosos ríos y llegó a adentrarse tierra adentro para detener a un francés que se había quedado por allí prendado de los encantos de una india.

Luego la historia se acelera, una nueva expedición de trescientos hugonotes franceses llegó a la Florida pocos días después de que abandonase este lugar el asturiano, y Felipe II decidió enviar una armada para expulsarlos y colonizar la zona definitivamente, eligiendo para esta difícil empresa a Pedro Menéndez de Avilés. Gonzalo Bayón fue honrado por el Adelantado, que tuvo en cuenta su experiencia nombrándole maestre de la chalupa San Andrés, una nave de cien toneladas, y junto a él estuvo en la fundación de San Agustín, que se considera como la primera ciudad que mereció este nombre en el territorio de lo que es EE UU. Luego vivió otras cien aventuras, que hoy ya no tengo espacio para contar.

Volviendo al mapa, su gran escala y lo lujoso de la decoración dejan claro que se trataba de un documento de propaganda diplomática, más que de un apoyo a la navegación, y que su objetivo era definir claramente los límites de las posesiones españolas en América Central y del Norte ante las otras potencias de la época. No es posible saber cuántas copias llegaron a hacerse, pero hay que suponer que fueron bastantes, ya que se trataba de hacerlas llegar a todos los países empeñados en la colonización de aquellas tierras. Como hemos visto, el trabajo de Gonzalo Bayón resultó fundamental para su ejecución. No me cabe duda de que, si este personaje hubiese tenido otra cuna, sería mucho más conocido, pero nació en el conceyón de Lena, y yo, desde esta página, no puedo hacer otra cosa que recordárselo a quien corresponda.