Escribe Gabriel Jackson en su historia sobre la República española y la guerra civil que en 1937, cuando las tropas de Franco entraron en Santander y Gijón encontraron grandes reservas de provisiones que no se habían utilizado a pesar de la necesidad que la población venía sufriendo en las semanas anteriores: ropa interior, medias, vino, leche en polvo, pescado en conservaÉ

Desde luego, la culpa de ese desgobierno no la tenían los milicianos ni tampoco los mineros, que, como reconoce el mismo autor, «practicaron la política de tierra quemada y en las ruinas de sus casas luchaban hasta la muerte con cargas de dinamita». Lo lógico es atribuir la responsabilidad a los dirigentes de última hora que asumieron voluntariamente la obligación de dirigir las operaciones y controlar la retaguardia.

A las 24 horas del 24 de agosto de 1937, cuando aún quedaban años de guerra para la mayor parte de España, el Consejo asturiano declaraba la soberanía de la región ante el asombro y la desaprobación del Gobierno de la República. Los artífices fueron dos hombres vinculados a la cuenca del Nalón: Amador Fernández, «Amadorín», y Belarmino Tomás, «Belarmo», el primero nacido en La Invernal de San Martín del Rey Aurelio y el segundo, aunque gijonés, vecino de Langreo, de donde llegó a ser concejal en dos ocasiones.

La idea de la secesión partió de Amadorín, diputado en las Cortes republicanas y que contaba en su haber con el prestigio de haber sido uno de los fundadores del SOMA, que llegó a presidir tras la muerte de Manuel Llaneza y con una buena fama adquirida durante la revolución de 1934. Entonces integraban el Consejo quince hombres y la defensa de la propuesta no resultó fácil, de modo que la decisión acabó tomándose con cinco votos en contra, los de los comunistas Juan Ambou, Gonzalo López y Aquilino Fernández Roces y los jóvenes socialistas Rafael Fernández y Luis Roca de Albornoz.

Según cuenta en sus memorias uno de los que se opusieron, Juan Ambou, la discusión fue tormentosa y en las reuniones llegaron a producirse momentos muy violentos. Rafael Fernández (que tras su vuelta del exilio se convertiría en 1978 en presidente del entonces denominado Consejo Regional de Asturias) y Luis Roca fueron acusados por los miembros de su partido de traidores pro-soviéticos, luego se pasó de estas palabras a los insultos personales y Amador llegó a llamar «hijo de pÉ» a Rafael, e incluso en una ocasión -sigue Ambou- «levantó Blanco una silla en alto para descargarla sobre Rafael Fernández». Finalmente, ante el cariz que tomaban las cosas, los cinco opositores tuvieron que acabar acudiendo a las juntas escoltados por compañeros armados. Mientras tanto, la crisis se reflejaba también en el frente, donde algunos batallones llegaron a prepararse para volver y enfrentarse a sus compañeros que militaban en partidos con distinta ideología.

Ahora, con la distancia que dan los años, he entendido por fin una escena a la que pude asistir en el Mieres de la transición, cuando se encontraron en la calle dos destacados protagonistas de aquellas jornadas que volvían a verse casualmente después de cuatro décadas de exilio. Ante la sorpresa de todos, en vez del abrazo que se esperaba se produjo una situación tan tensa que el aire podía cortarse con una espada mientras cada uno daba media vuelta para irse por donde había venido.

Las primeras medidas del Consejo Soberano aún siguen llamando la atención de los historiadores a pesar del tiempo transcurrido: se asumieron poderes que correspondían al Gobierno de la nación, mientras éste se esforzaba en mantener la lucha en otras regiones, añadiendo así otro obstáculo a la remota posibilidad de poder ganar la guerra. En Asturias se creó un sistema de correos propio, se acuñó moneda y se emitieron billetes con la firma del flamante presidente Belarmino Tomás -los famosos «Belarminos»-; incluso llegó a mandarse una carta al Consejo de Naciones para informar del acuerdo de soberanía y denunciar los bombardeos franquistas, con un párrafo en el que se advertía de la posibilidad de ejecutar a los presos políticos que causó el lógico disgusto entre los dirigentes republicanos, que se esforzaban en recibir el apoyo internacional de los demócratas.

Actualmente, los nacionalistas asturianos interpretan este episodio como abiertamente independentista exponiendo que «Asturies ye la única nación del mundu ensin estáu que foi quien a tener la so propia moneda y el so propiu sistema de correos», y en consonancia con esta idea Belarmino Tomás pasa a convertirse en el primer presidente de este país que -siempre según ellos- mantuvo la idea incluso en el exilio, ya que allí no se juntó con el resto de organizaciones políticas españolas y fundó en solitario la Asociación de Refugiados Asturianos para «dirigir la resistencia asturiana en el exterior». Como lo están leyendo.

Se olvida en estos argumentos el párrafo central del decreto en el que se hacía pública la soberanía: «El Consejo Interprovincial de Asturias y León, por las razones expuestas, cree llegado el momento de asumir la plena responsabilidad del mando soberano en el territorio de su autoridad. Da por supuesto el asentimiento del Gobierno de la República; la República cuyo bien e integridad es el anhelo de todos». En finÉ

El caso es que mientras tanto las tropas de Franco se dedicaban a la guerra en vez de a la política de chigre. El primer día de septiembre empezaba la ofensiva definitiva sobre Asturias y a mediados de octubre las Brigadas Navarras ya estaban en Cangas de Onís, mientras la columna de Aranda entraba en la cuenca del Nalón por Campu Caso. De manera que el día 17 el Consejo Soberano acordaba evacuar el territorio y a las 72 horas sus miembros y las autoridades que habían designado embarcaban en Gijón rumbo al exilio. Ambou diría más tarde con ironía que el Consejo no debería haberse denominado de la Soberanía, sino de la Huida.

En aquellos últimos momentos también encontramos anécdotas curiosas. En 1973 el actual eurodiputado Antonio Masip consiguió en México la última acta del Consejo Soberano celebrado el mismo 20. Era seguramente una de las tres copias del original, mecanografiada a papel cebolla con papel carbón azul, y se la entregó el mierense Juan Pablo Fernández, entonces Gran Maestre de la Masonería Española, quien la había recibido a su vez de los dos consejeros de Izquierda Republicana, José Maldonado y Antonio Ortega.

En ella -para que vean que la historia acaba poniendo a cada uno en su sitio- figura el voto en contra de los tres consejeros comunistas, entre ellos el mismo Juan Ambou, al acuerdo tomado por el Consejo de respetar la vida de los presos derechistas antes de evacuar Asturias. Se pueden imaginar el baño de sangre que hubiese supuesto esta postura tanto por ella misma como por la reacción de las tropas franquistas; claro que por muchas balas que se disparasen, el olor de la pólvora no iba a llegar nunca hasta Francia.

También resulta muy interesante el relato que hizo de aquella jornada Ramón Álvarez Palomo, otro de los consejeros, puntualizando el rumor de que Belarmino Tomás había salido en avión dos días antes hacia Francia...

«Eso no es cierto -contaba el anarquista gijonés en una entrevista realizada hace pocos años- porque Belarmino salió de Gijón el día 20 conmigo. Belarmino no tendría muchas luces, pero sí que era un tío valiente y echao p'alante. Lo que ocurrió en realidad fue que el día antes, el 19, los rusos vinieron a ofrecer a Belarmino una plaza en el avión en el que iban a salir para Francia. Belarmino la rechazó y les dijo que él correría la misma suerte que el resto de los miembros del Consejo, pero que les agradecería si en ese avión podían sacar a no sé quién de su familia».

En este resumen no queda sitio para comentar otras cuestiones como el descontrol absoluto del día de la huida o grave riesgo que corrió la paupérrima industria regional ante la posibilidad de destruirla que plantearon algunos de los consejeros. En fin, éste es un episodio sobre el que se han escrito decenas de libros y cientos de artículos y del que cada uno saca agua para su propio molino, pero los hechos son sencillos y no hay más cera que la que arde. La guerra se prolongó en España otro año y medio, mientras en Asturias comenzaba una represión brutal sobre los vencidos. ¿Qué habría pasado si Amador Fernández y Belarmino Tomás no hubiesen roto la baraja? Nunca lo sabremos.