Llevamos una buena temporada con opiniones encontradas sobre la creciente contaminación en Langreo, pese a las capas de maquillaje que poco pueden disimular la fealdad del todo. Me refiero a los pasos que se siguen dando para la instalación de la central de ciclo combinado de Iberdrola en Langreo. Queda claro que, al igual que la ley de Murphy, por muy chungas que estén las cosas, son susceptibles de empeorar, y en el caso que nos ocupa, bastante. Insisten en vendernos, eso sí, en envoltorio de lujo, las teóricas bondades de lo que muchos estamos convencidos que es una maldad. Sindicatos y partidos políticos mayoritarios ya han emitido su opinión, aderezada con los tópicos habituales: puestos de trabajo -escasos, apostillo yo- y que la situación ambiental será mejor que la actual. Justificaciones un tanto de pandereta, dado que obvian los derechos y razones legales de los innumerables vecinos del entorno cercano, que se pasan por la entrepierna que los efectos secundarios son pecata minuta para estos vividores de la cosa.

Abro un breve inciso pare decir que llevamos meses para un simple paseo por los alrededores de las factorías de Felguera Melt o Bayer, justo al lado de Iberdrola; se necesita una buena mascarilla para no respirar el vaya usted a saber la porquería con que nos obsequian. Incluso en distancias amplias debemos cerrar nuestras viviendas porque el olor se apodera de todo. No quiero ni pensar lo que nuestros pulmones opinarán de ello. Ante ello, nos encontramos con la tibieza total de los que deberían exigir no sólo garantías de lo que se nos viene encima, sino responsabilidades de incumplimientos flagrantes desde hace décadas.

Sindicatos y partidos -por cierto, aún no sé nada de la opinión municipal- toman decisiones pasando olímpicamente de la opinión de los que van a sufrir en sus carnes las connotaciones negativas que cualquier lego en la materia puede prever. Supongo que la conjugación de intereses resulta compleja. Todos defienden lo suyo, incluidas sus habituales parcelas de poder. Estamos presos en una tupida red en la que ya no somos ni simples peones. Piensan y deciden por todos nosotros, que somos los habituales perdedores sin comerlo ni beberlo, amparados en cargos que se suponen elegidos, aunque a uno, que le cacheen. Seguimos instalados en un bonito cuento de hadas, todos bailando alrededor de la princesa. Termino remedando a Javier Neira en su columna de los lunes: como terapia indefinida, podemos ir haciendo acopio de mascarillas, y al que le sea factible, escapar si quiere llegar a una edad provecta.