Urraca «la asturiana», o si ustedes lo prefieren, aún mejor, «la allerana», puesto que paseó con orgullo el título de «señora de Aller», ¡vaya mujer! Era hija bastarda del rey Alfonso VII de Castilla y su nacimiento fue el fruto de una aventura de verano que éste había tenido con una moza de Soto y que llevaba con resignación el feo nombre de Gontrodo. Como escenario del idilio, el castillo del lugar, aunque otros prefieren situarlo en Pelúgano?

Pero, antes de seguir, les voy a resumir esta historia que hoy podría llenar páginas en la prensa del corazón. Y tengo que empezar, como en tantas ocasiones, uniendo el amor con la guerra, viajando en el tiempo hasta mediados del siglo XII, cuando se registró en nuestra región una revuelta con un cariz que hoy calificaríamos de abiertamente separatista. Un movimiento encabezado por un terrateniente llamado Gonzalo Peláez y que alcanzó tal virulencia que el rey se vio obligado a traer un numeroso Ejército desde la Meseta para demostrar su autoridad en este territorio y ayudar a sus partidarios asturianos, que estaban en peligro por haber quedado en minoría.

La superioridad sobre los sublevados debía de ser enorme, así que la victoria no fue difícil y, cuando llegó la paz, el rey decidió pasar unas jornadas de descanso en la propiedad de uno de sus aliados: Pedro Díaz, cuarto hijo de Diego Rodríguez de las Asturias, conde de Aller, alcalde y tenedor del castillo de Soto.

Éste vivía en la fortaleza allerana junto a su mujer, María Ordóñez -uno de los apellidos que ahora forma parte del escudo del concejo- y su hija Gontrodo, de la que se prendó el monarca. Los verdes prados de Corigos fueron testigos de su cortejo y colchones para su pasión, de manera que no sorprendió a nadie que la joven quedase embarazada y a los nueve meses naciese su hija. La bautizaron como Urraca, un nombre tan extendido en la familia real que para no confundirla remataban siempre aclarando que se trataba de «la asturiana».

La pequeña fue separada pronto de Asturias y llevada a la corte para que la educase su tía paterna la infanta doña Sancha. Debía de ser tan hermosa como su madre Gontrodo y, por ello, cuando aún era una adolescente llena de inocencia, llamó la atención de otro personaje importante en la época: García Ramírez IV el Restaurador, rey de Navarra, un territorio que acababa de salir de un guerra contra su padre, así que nada mejor que casarlos para fortalecer la paz entre las dos coronas.

La ceremonia se ofició en León el 19 de Junio de 1144 y ha pasado a la historia por una nota pintoresca: la celebración de una capea para entretener a los invitados, algo que ahora es moneda corriente entre las bodas señoritas de allende el Pajares, pero que es raro encontrar documentado en una época tan lejana.

El caso es que Urraca se levantó a la mañana siguiente convertida en reina de Navarra pero sin dejar de ser asturiana de corazón y no desaprovechó ninguna oportunidad para volver a esta tierra. Luego pasó algo que tampoco extrañó a nadie dada la diferencia de edad entre la pareja y la belleza de la novia, y es que el esposo, empeñado en mantener su espada en alto tanto en los campos de batalla como en su propia alcoba, no quiso tomárselo con la prudencia que aconseja el paso del tiempo y falleció cuando se cumplieron los seis años del enlace. Entonces Urraca volvió definitivamente a Asturias.

Aquí fue tratada como una reina -nunca mejor dicho-, su padre la dotó generosamente con tierras, se habilitó para su residencia el que había sido palacio de Alfonso II el Casto e incluso se permitió que siguiese disfrutando del tratamiento real, pero con el matiz de que, para no interferir en la corona navarra, debería usar el título descafeinado de reina de Asturias.

En 1153 estableció su propia corte en Oviedo, desde donde gobernó sus territorios, respetando siempre a los verdaderos reyes, que le concedían ese privilegio, primero su propio padre y, cuando éste murió, su hermanastro Fernando II de León. Junto a ella se llevó también a su madre Gontrodo, que seguramente estuvo a su lado muchos años y cuya tumba se conserva todavía en el Museo Arqueológico Provincial, si es que no se ha perdido en alguna de las mudanzas que está sufriendo la institución mientras prepara su reapertura al público, ya saben que en esta santa tierra todo es posible.

En fin, Urraca la allerana -la bella Urraca- seguía manteniendo sus encantos y fue inevitable que volviese a entregárselos a otro galán. Su segunda oportunidad para ser feliz se llamaba Álvaro Rodríguez de Navia y era señor de esa localidad costera por herencia de madre. Un buen mozo, fogoso y con fama de excelente soldado que se había labrado en cien victorias contra el moro y especialmente en la toma de Almería, ayudando a sostener tres meses el asedio de la ciudad al frente de un Ejército formado por sus propios vasallos llevados desde sus tierras en las dos orillas del río Eo.

Las segundas nupcias de nuestra ilustre paisana se celebraron en 1163 y la flamante pareja, no sabemos por qué motivo, en vez de dedicarse a disfrutar de sus posesiones tomando el aire en Soto y el sol en Navia, decidió jugárselo todo a una carta y fundar su propio reino independiente, el de Asturias. Desconocemos qué fue lo que impulsó una decisión tan arriesgada, pero el caso es que la asumieron con todas las consecuencias.

En el monasterio cisterciense de Santa María de Otero de las Dueñas, muy cerca de La Magdalena, en la provincia leonesa, se conserva un texto revelador que deja claro hasta dónde llegaron las cosas. Se trata de un documento en el que un propietario de la época, el conde Nuño Meléndez, dejaba a otros dos todo cuanto poseía en Villacedré y Almunia de Iuso, dos pueblos cercanos a la capital, para garantizar un préstamo que éstos le habían hecho hacía tiempo y que ascendía a doscientos cincuenta morabetinos, sumando ciento cincuenta de oro purísimo y cincuenta en los que estaba tasado un caballo de buena raza.

El trato no tenía nada de extraño, pero la novedad y el dato histórico vinieron cuando el conde Nuño, al no recordar con exactitud el año en que hizo el negocio y para señalar cuál era la fecha, lo hizo rememorando un acontecimiento que por su gravedad tenía que estar en la memoria de todos: «Cuando la reina doña Urraca y don Álvaro Rodríguez quisieron que el rey don Fernando perdiese Asturias», se lee en el pergamino.

La cosa parece clara y la frase -escrita en latín tardío: «quando domina Urraca regina et dominus Alvarus Roderici voluerount quod perdisse dominus rex Fernandus Asturiis»- no puede interpretarse más que como el intento de separar el territorio para constituir un nuevo reino en el que, lógicamente, ellos serían los monarcas. El medievalista Javier Fernández Conde ha seguido también el rastro de una sublevación en Asturias que coincide con esta época y que él data a principios de 1164, es decir a los pocos meses de la boda.

Sabemos también que la intentona fue sofocada sin muchos problemas y que desde ese momento el rey Fernando decidió emplear siempre el título de rey de Asturias para que no cupiesen dudas, desterrando a Castilla al matrimonio revoltoso. En cuanto a lo que pasó con Urraca, los historiadores plantean dos posibilidades: unos defienden que siguió junto a su marido hasta 1179, cuando volvió a enviudar y entonces se retiró al convento de Santa María de La Vega para pasar apartada del mundo lo que le quedaba de existencia; otros prefieren creer que apenas sobrevivió unos meses a la derrota.

Lo único seguro es que fue alejada definitivamente de su reino y nunca volvió a buscar más gloria que la que promete la religión como recompensa a una vida piadosa. Quienes sientan la necesidad de honrar su memoria deben saber que, actualmente, en la catedral de San Antolín de Palencia, se conserva el arcón policromado que durante siglos albergó su cuerpo embalsamado. En cuanto a la huella que dejaron estos acontecimientos en Aller, sólo nos queda como evidencia de aquel pasado glorioso el esqueleto herido de la torre de Soto, que aún hoy, y a pesar de su lamentable estado, nos recuerda, con los 14 metros de altura de la única pared que queda en pie, el poderío que tuvo en otra época.