Conscientes de que la vida ha sido hecha para ser vivida de verdad, no para soportar heroicamente las penas, como aconsejaban los filósofos de un régimen que comenzaba a tambalearse, quien más o quien menos, y desde diversas esquinas, buscaba en aquellos tiempos un ritmo que, a la vez que acelerara el pulso de los corazones, sirviera también para poner una nota distinta a tantos mensajes oficiales -jotas y panderetas?- como sonaban en los tocadiscos de entonces.

El asesinato de Malcom X o el primer napalm sobre Vietnam, entre otras convulsiones políticas, no eran más que el adelanto de un nuevo código que alumbraría las futuras libertades en nuestro país. De modo que, consecuentes con esos nuevos acordes que nos llegaban desde Europa, comenzamos a disfrutar de aquellas primeras bandas electroacústicas que nos hablaban de un mundo desconocido para nosotros: hasta entonces, aún seguíamos creyendo que el nombre de Galileo se refería al solista de alguna banda de barrio.

Era el tiempo de los guateques, y por lo que a nuestra memoria colectiva se refiere, me atrevería a asegurar que uno de los primeros, y al que tuve la fortuna de asistir, se celebró en el bar Tuilla, de La Felguera, o en Casa Rufo, como se denominaba también el local, en honor a su amable dueño. Allí conocimos el sabor a fresa de las primeras caricias amorosas y también el olor más agrio de las primeras decepciones, aliviadas, eso sí, con el aroma caribeño de abundantes cubalibres que nos dejaron algún que otro peligroso temporal en el estómago.

Fue entonces cuando Johnny and Charley, un dúo que llegaba del norte de Europa, nos regaló una melodía que nos hablaba de cambios y hasta de movimientos sísmicos, si llegaba el caso. Algo se movía, si bien no sabíamos aún hacia dónde, pero, de todos modos, contagiados de un frenesí nuevo, de esa misma alegría -la de los niños, de los labriegos y de los salvajes- que, según Azorín, está más cerca de la naturaleza que nosotros, comenzamos a girar de izquierda a izquierda y de derecha a derecha, de adelante a atrás, una, dos y hasta mil veces, conscientes de que mientras danzáramos estábamos reinterpretando el mundo a nuestra manera.

Después, la yenka compitió con otras canciones, se convirtió en líder de éxitos durante el 65, y, del mismo modo que un día llegó hasta nosotros envuelta en los aires libertarios que recorrían el planeta, se fue de nuestro lado sustituida por otras melodías que también nos ayudaron a crecer.

Se había demostrado que, a pesar de tantos mensajes triunfalistas que nos aseguraban que todo estaba atado y bien atado, no era así. Nadie puede inmovilizar el pensamiento cuando ha encontrado nuevos territorios por los que desplazarse. Lo decía bien claro la letra de la canción: «Con las piernas marcaremos el compás / bailaremos sin descanso siempre más».